Eugenesia: la pseudociencia de los "aptos" contra los "defectuosos"

«La eugenesia es la auto-dirección de la evolución humana»: Lema del Segundo Congreso Internacional de Eugenesia, 1921

La eugenesia es una filosofía social que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante varias formas de intervención. Las metas perseguidas han variado entre la creación de personas más sanas e inteligentes, el ahorro de los recursos de la sociedad y el alivio del sufrimiento humano. Los medios antiguamente propuestos para alcanzar estos objetivos se centraban en la selección artificial, mientras los modernos se centran en el diagnóstico prenatal y la exploración fetal, la orientación genética, el control de natalidad, la fecundación in vitro y la ingeniería genética. Su oponentes arguyen que la eugenesia es inmoral y está fundamentada en o es en sí misma una pseudociencia. Históricamente, la eugenesia ha sido usada como justificación para las discriminaciones coercitivas y las violaciones de los derechos humanos promovidas por el estado, como la esterilización forzosa de personas con defectos genéticos, el asesinato institucional y, en algunos casos, el genocidio de razas consideradas inferiores.
La selección artificial de seres humanos fue sugerida desde muy antiguo, al menos desde Platón, pero su versión moderna fue formulada por vez primera por Sir Francis Galton en 1865, recurriendo al reciente trabajo de su primo Charles Darwin. Desde sus inicios, la eugenesia (término derivado del griego ‘bien nacido’ o ‘buena reproducción’) fue apoyada por destacados pensadores, incluyendo a Alexander Graham Bell, George Bernard Shaw y Winston Churchill. La eugenesia fue una disciplina académica en muchos institutos y universidades. Su reputación científica se vino abajo en los años 1930, época en la que Ernst Rüdin empezó a incorporar la retórica eugenésica a las políticas raciales de la Alemania nazi. Durante el periodo de posguerra, gran parte tanto del público como de la comunidad científica asociaba la eugenesia con los abusos nazis, que incluyeron la «higiene racial» y la exterminación, si bien varios gobiernos regionales y nacionales mantuvieron programas eugenésicos hasta los años 70.

Significados de la eugenesia

La eugenesia, desde su mismo principio, significó muchas cosas diferentes para muchas personas diferentes. Históricamente, el término ha sido usado para cubrir cualquier cosa comprendida entre el cuidado prenatal de las madres hasta la esterilización forzada y la eutanasia. En el pasado tuvieron lugar muchos debates, algunos de los cuales continúan en la actualidad, sobre qué se considera exactamente parte de la eugenesia.
El término eugenesia se usa a menudo para referirse a los movimientos y políticas sociales que tuvieron influencia a principios del siglo XX. En un amplio sentido histórico, la eugenesia también puede ser el estudio de la «mejora de la cualidades genéticas humanas». Algunas veces se aplica para describir en términos generales cualquier acción humana cuya finalidad sea mejorar el acervo genético. Algunas formas de infanticidio en las sociedades antiguas, la actual reprogenética, los abortos preventivos y los bebés de diseño han sido llamados (a veces controvertidamente) eugenesia.
Debido a sus finalidades normativas y a su relación histórica con el racismo científico, así como al desarrollo de la ciencia de la genética, la comunidad científica internacional se ha desvinculado casi totalmente del término eugenesia, calificándola a veces de pseudociencia, si bien pueden encontrarse defensores de lo que se conoce como eugenesia liberal. Las investigaciones modernas sobre los potenciales usos de la ingeniería genética ha llevado a una cada vez mayor invocación de la historia de la eugenesia en discusiones sobre bioética, la mayoría de las veces de forma cautelar. Algunos bioéticos sugieren que incluso los programas de eugenesia no coactiva serían inherentemente poco éticos, si bien este punto de vista ha sido cuestionado por pensadores tales como Nicholas Agar.
Los eugenesistas defienden políticas específicas que (de tener éxito) llevarían a una mejora observable del acervo genético humano. Puesto que el definir qué mejoras son deseables o beneficiosas es percibido como una elección cultural más que un asunto que pueda determinarse objetivamente (es decir, por investigaciones empíricas y científicas), la eugenesia ha sido considerada a menudo una pseudociencia. El aspecto más discutido de la eugenesia ha sido la definición de «mejora» del acervo genético humano, como qué es una característica beneficiosa y qué es un defecto. Este aspecto de la eugenesia ha sido históricamente contaminado con racismo científico.
Los primeros eugenesistas estaban más preocupados con los factores observables de la inteligencia que a menudo se correlacionan fuertemente con la clase social. Muchos eugenesistas se inspiraron en la cría selectiva de animales (donde se suele trabajar para lograr pura razas) como analogía para la mejora de la sociedad humana. La mezcla de razas (o miscegeneración) solía ser considerada como algo a evitar en nombre de la pureza racial. En aquella época este concepto parecía tener cierto respaldo científico, y siguió siendo un asunto beligerante hasta que el desarrollo avanzado de la genética llevó al consenso científico de que la división de especies humanas en razas desiguales es injustificable. Algunos ven esto como un consenso ideológico, dado que la igualdad, lo mismo que la desigualdad, es una elección cultural más que un asunto que pueda ser determinado objetivamente.
La eugenesia también se ha preocupado por la eliminación de enfermedades hereditarias tales como la hemofilia y la enfermedad de Huntington. Sin embargo, hay varios problemas en calificar ciertos factores como «defectos genéticos»:
En muchos casos no hay consenso científico sobre lo que es un «defecto genético». A menudo se argumenta que es más un asunto de elección social o individual.
Lo que parece ser un «defecto genético» en un contexto o entorno puede no serlo en otro. Este puede ser el caso de los genes con una ventaja heterocigota, como la anemia falciforme y la enfermedad de Tay-Sachs, que en su forma heterocigota pueden ofrecer una ventaja contra, respectivamente, la malaria y la tuberculosis.
Muchas personas minusválidas o inválidas pueden tener éxito en la vida.
Muchas de las enfermedades que los primeros eugenesistas identificaron como hereditarias (por ejemplo la pelagra) se consideran actualmente imputables completa o al menos parcialmente a las condiciones medioambientales.
Parecidas preocupaciones han surgido cuando el diagnóstico prenatal de una enfermedad congénita lleva al aborto (véase también diagnóstico genético preimplantacional).
Las políticas eugenésicas han sido clasificadas conceptualmente en dos categorías: eugenesia positiva, que fomenta la mayor reproducción de los designados «más aptos», y la eugenesia negativa, que desaconseja o impide la reproducción de los designados «menos aptos». La eugenesia negativa no necesita ser coactiva: un estado podría ofrecer recompensas económicas a ciertas personas que se sometan a la esterilización, si bien algunos críticos podrían responder que este incentivo, junto con la presión social, podría percibirse como coacción. La eugenesia positiva también puede ser coactiva: el aborto en mujeres «aptas» era ilegal en la Alemania nazi.
Durante el siglo XX, muchos países promulgaron políticas y programas eugenésicos, incluyendo:
- Promoción de tasas de natalidad diferenciales
- Esterilización obligatoria
- Abortos forzosos
- Restricción del matrimonio
- Exploración genética
- Control de natalidad
- Control de la inmigración
- Segregación (tanto racial como de los enfermos mentales)
- Genocidio
La mayoría de estas políticas fueron posteriormente consideradas coactivas, restrictivas o genocidas, y actualmente son pocas las jurisdicciones que incluyen políticas explícitamente clasificadas de eugenésicas o inequívocamente eugenésicas en esencia. Sin embargo, algunas organizaciones privadas ayudan a la gente con servicios de orientación genética, y la reprogenética puede ser considerada una forma de eugenesia «liberal» no patrocinada por el estado.

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1. Francis Galton: el ideólogo del eugenismo

Francis Galton (1822-1911) está considerado el padre de la eugenesia. Médico y estadista ingles, primo de Charles Darwin y victoriano por posición social y por convicción, ideo las bases de un plan de mejora de la raza. Derivó su idea principal de la crianza de caballos de carrera. Pensó que se podían criar mejores hombres como se pueden criar mejores caballos. En 1883 Francis Galton acuña el término eugenesia ("la verdadera semilla o el nacimiento noble"), en su obra Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo (1883). Sus teorías se apoyaron en una serie de ideas previas:
- La evolución de las especies y la teoría de selección natural de Darwin.
- Las ideas de Malthus de que los recursos mundiales tenían una capacidad limitada inversamente proporcional al crecimiento de la población.
- La preocupación de las clases medias inglesas por lo que pensaban era una degeneración de la raza: el hacinamiento en las ciudades, surgimiento de enfermedades que se creía eran hereditarias o afectaban los caracteres hereditarios, como la tuberculosis, la sífilis o el alcoholismo.
Analizaremos ampliamente las concepciones de Galton: su idea de la transmisión hereditaria de las facultades intelectuales y morales; sus opiniones sobre las razas y los sexos; su concepción sobre la existencia de tipos característicos no solamente raciales, sino también de enfermos o criminales; su clasificación de los seres humanos en categorías superiores e inferiores; y sus propuestas eugenésicas. Para ello citaré ampliamente sus escritos, lo que permitirá hacerse una idea más directa y precisa de su pensamiento. Galton, en este sentido, tiene la “virtud” de expresarse con la mayor claridad, por lo que deja poco margen para hacer interpretaciones sobre el significado de sus palabras.

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1.1. Biografía de Galton

Francis Galton nació el 16 de febrero de 1822, casi el mismo día que su primo Charles Darwin, trece años mayor. Aunque no es tan conocido como su primo, su influencia no ha sido menos sustancial. Si su nombre puede haber caído en el olvido, no lo han hecho sus contribuciones a la Cultura de la Muerte, porque Galton fue el responsable, en buena medida, de la aplicación de los argumentos evolutivos de Darwin con respecto a la selección natural a la procreación mejorada de los seres humanos. Galton denominó “eugenesia” a esta nueva ciencia de la procreación humana. Al acuñar el término, buscaba

“(…) una palabra breve que expresase la ciencia de la mejora de la raza, lo cual en modo alguno se reduce a lo relativo al apareamiento realizado de forma racional, sino que, especialmente en el caso del hombre, toma en consideración todas las influencias que tienden, en cualquier grado, por muy remoto que sea, a dar a las mejores razas o sangres más oportunidades de prevalecer sobre las menos aptas”.

El mismo Galton era lo que los ingleses llaman una persona wellbred, “de buena crianza” (el significado de este término en inglés es prácticamente sinónimo del término “eugenesia”, acuñado por Galton a partir del griego eu-genes, “bien nacido”). Entre sus antepasados había médicos, científicos y comerciantes destacados, y la fortuna de su padre, Samuel Galton, le proporcionó un modo de vida aristocrático, lejos de cualquier obligación que no quisiese asumir voluntariamente.
“El pequeño Frank”, como le llamaban cariñosamente en familia, manifestó desde edad muy temprana signos de su futura brillantez. A los dos años y medio era capaz de leer libros sencillos; a los cinco sabía recitar las poesías de sir Walter Scout; y a los seis conocía en profundidad la Iliada y la Odisea, si es que no se las sabía de memoria. Años después, Galton consideraría esa precocidad intelectual, la suya y la de otros, como una marca reveladora de una herencia genética excelente. Sin embargo, es digno de consideración que se mostró en cierto modo reticente a considerar como un factor para esa excelencia las muchas horas de clases particulares que amorosamente le impartió su hermana mayor, Ádele (o “Delly”).
Pero por más que esos comienzos fuesen muy prometedores, Galton consiguió resultados mucho menos destacados cuando pasó a recibir su educación fuera del hogar paterno. Enseguida empezó a relacionarse con muchos otros jóvenes bachilleres ingleses que sólo a regañadientes estudiaban los clásicos, a fuerza de amenazas de sus profesores.
De forma similar a su primo Charles, Galton fue casi literalmente forzado a estudiar Medicina. Mientras que Darwin detestó profundamente la medicina y huyó literalmente de ella después de haber presenciado una operación, Galton perseveró en sus estudios durante unos pocos años, aunque pronto abandonó los rigores de la formación médica por lo splaceres de viajar. Se dejó ir durante unos años, pasando primero por Cambridge (1840-1844), para posteriormente, en 1845, viajar a lo largo del Nilo y a través de Tierra Santa, volviendo a casa dos años después para entregarse a una vida de placeres sin propósito ni objetivo alguno. Por decirlo de modo suave, hasta 1849 sus actividades no nos proporcionan indicación alguna que confirme que su distinguida herencia biológica fuese a llevarle a mucho más que a una vida dedicada a viajar, cazar y bailar.
Las crónicas del famoso explorador y misionero David Livingstone hicieron que prendiese en él un gran interés por hacer una expedición a África, que acabó realizando bajo los auspicios de la Royal Geographical Society. Su expedición a Namibia, en el sur de África, fue para Galton un éxito en todos los sentidos. Los rigores de la expedición, el ejercicio de la autoridad y el descubrimiento de su capacidad para el análisis detallado le transformaron, y pasó de ser una persona a la deriva a ser una de las mentes más brillantes de su época.
La Royal Geographical Society, que había acabado saturada de diarios de viaje que pretendían pasar por trabajos científicos a pesar de ser en realidad simples colecciones de anécdotas y cotilleos, se mostró entusiasmada al recibir las precisas mediciones geográficas que Galton había realizado de una tierra no explorada previamente, y le concedió su prestigiosa Medalla del Fundador. Fue el primero de los muchos honores que recibiría Galton en su vida; ahora su fama estaba asegurada.
Adquirió gran notoriedad científica antes de que surgiese en él el interés por las cuestiones relativas a la herencia. No sólo publicó con gran éxito una guía para exploradores, sino que siguió siendo un miembro destacado de la Royal Geographical Society. Además de eso, su interés por los patrones meteorológicos, despertado durante sus experiencias en Namibia, le llevó al descubrimiento del anticiclón, de modo que pronto se convirtió en uno de los fundadores de la meteorología, contribuyendo a la forja de la ciencia de la predicción del tiempo atmosférico.
Miembro de muy diversos organismos como la “Geographical Society” y casado con la hija de un hombre notable, consigue que se le considere entre los individuos activos del que entonces era el imperio inglés. Combina sus estudios estadísticos y los de medicina para elaborar tablas de la evolución de las “buenas familias inglesas” (derivadas siempre de los mejores de las mejores universidades) e intenta hacer clasificaciones de “enfermos” o “criminales”, que era lo que le preocupaba dentro de lo que consideraba clases o estirpes inferiores.
Para justificar sus teorías realizó estudios biométricos en colegios e instituciones para averiguar, por ejemplo, las diferencias entre los escolares del campo y los de la ciudad, que pensaba estaban más “degradados”.
En 1904 fundó el Laboratorio Eugenésico de Londres. Allí desarrolló el concepto de «Eugénica nacional», definida «como el estudio de los medios que están bajo control social que pueden beneficiar o perjudicar las cualidades raciales de las generaciones futuras, tanto física como mentalmente». Fue secretario de la Asociación Británica para el Progreso de las Ciencias (1863-67), y dirigió a partir de 1901 la revista Biométrika.
Pensaba que si se fomentaba el matrimonio entre los mejores de cada clase y se concedían ayudas para que los mejores tuvieran hijos, se mejoraría la sociedad, ya que una de sus principales preocupaciones era que los matrimonios de clases inferiores tenían más hijos que los de clases más elevadas.
Además denuncia que las organizaciones caritativas, al asumir el cuidado de los pobres y de los enfermos (calificados como degenerados, inaptos e inferiores), impiden el funcionamiento de la “selección natural”. Se exageró entonces, enormemente el impacto de la transmisión de las “taras”, el “atavismo”, para justificar dos objetivos complementarios:
- Favorecer las razas llamadas superiores, eugenismo positivo.
- Hacer desaparecer las razas llamadas inferiores, eugenismo negativo.


«Este es precisamente el fin de la Eugénica. Su primer propósito es controlar el porcentaje de crecimiento de los 'Ineptos', en lugar de permitirles llegar a seres aun estando destinados a perecer prematuramente en gran número. El segundo propósito es la mejora de la raza favoreciendo la productividad de los 'Aptos' por medio de matrimonios tempranos y saludable crianza de los hijos»

Esta es una visión cientifista, exclusivamente materialista, donde el hombre es sólo un engranaje de un mecanismo más grande, y la sociedad o el Estado, pretende “mejorar” la raza humana hasta generar el “superhombre”. La eugenesia nació en la época en que la ciencia triunfante revolucionaba al mundo de la técnica. En el materialismo existía una gran tentación de utilizar al hombre como un material o animal, al que se puede mejorar por medio de cruzas y una selección “científica”. La sociedad debe tratar a quienes considere víctimas de taras, “disgénicos”, inferiores, inadaptados, mal desarrollados, como a miembros gangrenados y amputarlos por razones de higiene social, sin tener en cuenta las prohibiciones de una moral “burguesa” derivada de la “superstición judeocristiana”. La relación con el médico o el biólogo se transforma entonces en una relación que involucra a tres partes: el Estado, el médico y el enfermo.
Es realmente después de la muerte de Galton cuando se difunden con más fuerza las ideas eugenésicas, hasta los años treinta y cuarenta, dependiendo de los países, ya que después del nazismo se deja de hablar de eugenesia. Las leyes del 33 establecieron de una forma salvaje las prácticas eugenésicas. No sólo exterminando personas, sino también haciendo experimentos de crianza, seleccionando mujeres para soldados o “ejemplares masculinos” de la raza aria.
Francis Galton, cuya actividad científica es poco conocida en nuestros días, nació el 16 de febrero de 1822 en las afueras de Birmingahn. Su prolongada vida – muere en 1911, un mes antes de cumplir los ochenta y nueve años de edad – coincide en su mayor parte con el reinado de Victoria, reina que dio nombre a un periodo de la historia inglesa y también a unas formas culturales y de comportamiento que se desarrollaron durante su mandato (1837-1901). Galton es un personaje muy característico de ese período, muy “victoriano”, tanto por su biografía como por su forma de hacer ciencia. Hablaremos de ambos aspectos, porque pensamos que su historia personal es fundamental para comprender su manera de desarrollar la actividad científica y también para comprender por qué la eugenesia, una teoría social, fue el leitmotiv de todos sus estudios sobre la herencia, la antropología y la estadística. Eugenesia y cuantificación, eugenesia y estadística fueron el objetivo y la técnica que condicionaron toda su actividad científica a partir, podríamos decir, de la aparición del Origen de las especies de Charles Darwin, en 1859.
Galton, como hemos dicho, nació en Birminghamen el seno de una familia de tradición cuáquera (secta puritana que se originó en el siglo XVII), aunque convertida desde hacía unos años a la iglesia de Inglaterra. Su ascendencia era importante desde el punto de visto científico, pues era nieto, por parte de madre, de Erasmus Darwin (1731-1802) – primo, por lo tanto de Charles Darwin – y de Samuel Galton (1753-1832) por la rama paterna. Samuel Galton era también miembro, como Erasmus, de la famosa Sociedad Lunar de Birmingham, y un estudioso de los fenómenos visuales, gran amigo, además, de Priestley, James Watt y Josiah Wedgwood. Francis Galton fue considerado, desde muy pequeño como un ser especialmente dotado para el estudio. Tenía, por otra parte, el nivel económico correspondiente a un hijo de próspero banquero, que, como era característico de la época, quería que sus hijos se integraran en esa “clase media” inglesa que se abría ahora a negociantes y grandes comerciantes, pero también a profesionales, sobre todo a médicos y abogados. Francis, niño precoz que a los cinco años leía de corrido no sólo en inglés sino incluso en latín, debía ser médico. Pasó el chico por varios colegios, y estando en el King Edward´s School de Birmingham se quejó ya de que su enseñanza seguía siendo de muchas letras y de poca “sólida ciencia”. Contaba entonces con catorce años. Al año siguiente, su padre, que le preparaba una muy completa enseñanza de la medicina, hace que acompañe al médico de la familia en sus visitas domiciliarías y que, durante las vacaciones, recorra diversos hospitales de Francia y Alemania acompañado por dos avanzados estudiantes de medicina, uno de ellos el que sería famoso oftalmólogo William Bowman. Posteriormente pasará Galton al Hospital General de Birmingham, donde desarrolló una gran actividad práctica, estudiando además alemán y matemáticas. Quizá fue donde descubrió que la medicina no era su vocación y que, por el contrario, las matemáticas le gustaban especialmente. Le aparecen, posiblemente debido al gran esfuerzo que realiza y a la tensión, sus primeros problemas de salud, grandes dolores de cabeza. En 1839 marchará a estudiar medicina en el King´s Collage de Londres, donde tendrá eminentes profesores; Richard Bentley Todd en fisiología, Partridge en anatomía y Daniell en química. Pero Galton tienen ya la idea de estudiar matemáticas, y con la ayuda de su primo Darwin consigue que su padre admita que, estudiar matemáticas en Cambridge, sería una positiva ayuda para un médico moderno que quisiera luego utilizar las técnicas más avanzadas. En 1840 ingresará en el Trinity Collage de Cambridge, y después de dos años de intentos ve fracasar su deseo de ser un primera línea en matemáticas, por lo que sufre una profunda depresión. Completará entonces unos estudios que le permitirán obtener su graduación de bachelor of arts en 1844, un bachillerato corriente, y volverá a sus estudios de medicina. Pero ese mismo año de 1844 muere su padre, viéndose liberado entonces de su compromiso de estudiar medicina. Hereda, además, una respetable fortuna que le permitirá ser un verdadero gentleman, una persona que no necesita trabajar para vivir y puede dedicarse a la afición que más le guste. Sólo le faltaba a nuestro personaje elegir una afición, pero afición que él quería que le sirviese también para obtener una posición en el mundo de la ciencia, ambición que había manifestado desde pequeño. Sus intentos hasta ese momento habían fracasado, y sobre todo el deseo de pertenecer al ambiente que más le había deslumbrado, no sólo por la sabiduría que él consideraba allí se encerraba, sino por los grandes apellidos que se reunían entre sus paredes: el mundo de Cambridge. Dirá repetidamente, a todo lo largo de su vida, que Cambridge fue la inspiración que le llevó a considerar la importancia del parentesco en las personas ilustres y, por lo tanto, la importancia de la herencia en la transmisión de facultades intelectuales. Varios años le llevó a Francis encontrar una vía por donde penetrar en ese mundo del conocimiento al que ambicionaba pertenecer. Desde 1844 hasta 1849 poco se sabe de sus andanzas – su familia destruyó la correspondencia – pero sí se conoce un viaje a Egipto y Cercano Oriente, en el cual descubre y admira la religión mahometana, así como las posibilidades de explorar y descubrir nuevos territorios. Esto le hace entrever un conducto para encauzar su actividad, que plasmará por fin entre 1850 y 1852, la de ser un explorador. Recomendado por sus primos Charles Darwin y Douglas Galton presenta un proyecto de expedición ante la Royal Geographical Society, sociedad geográfica que le patrocinará, aunque la financiación correrá totalmente por cuenta del expedicionario. Su viaje por la zona oeste de África, entre Sudáfrica y Angola, recorriendo las tierras de los Damaras y los Ocampo, expedición en la que se preocupará casi exclusivamente de tomar datos cartográficos, le hará merecedor del ingreso en la sociedad geográfica y, poco después, de su medalla de oro. En 1853 publicará el relato de su aventura con el nombre de La narración de un explorador en la Sudáfrica tropical, obra que tuvo bastante éxito. Francis Galton había encontrado su camino para penetrar en el mundo de la ciencia y el intelecto. A partir de este momento su integración en la middle-class y el mundo institucional de la ciencia fue rápida. Su matrimonio con Louisa Butler favoreció esta circunstancia, ya que la familia de su mujer pertenecía al mundo académico de Cambirdge y a esa clase media que hemos mencionado. En 1854 Galton fue nombrado integrante del Consejo de la Real Sociedad Geográfica antes mencionada, y en la que llegó a ser secretario honorario y vicepresidente; en 1856 es aceptado en el club más prestigioso del momento, el athenaeum Club de Londres, en el cual podía reunirse con Herbert Spencer, sir John Lubbock, Thomas Huxley o Joseph Hooker. En 1860 ingresa como fellow de la Royal Society, sea, miembro de la más importante sociedad científica del momento, la Real Sociedad. Además es nombrado miembro del Comité para la Dirección del observatorio Kew. Su labor en la Real Sociedad Geográfica fue amplia e intensa. Participó en la preparación de viajes y expediciones tan importantes para el Imperio como las de la búsqueda de las fuentes del Nilo y su posterior exploración. Por otra parte, desarrollo técnicas de cuantificación y representación gráfica, haciendo mapas del tiempo cargados de abundante información. Fue él, además, quien dio nombre a los anticiclones, describiéndolos como fenómeno opuesto al ciclón. Su ingenio y habilidad con todo tipo de aparatos hizo que también fuera muy valiosa su labor en el Observatorio Kew, donde se calibraban y controlaban los aparatos de medida que se utilizaban en astronomía y geografía.
Pero a pesar de seguir un camino aparentemente prometedor, una serie de sucesos harán que durante la década de los años sesenta sufra Galton la crisis nerviosa más prolongada y dura de su vida, de la que saldrá, según sus propias palabras, gracias a El origen de las especies, a la teoría evolutiva que se comienza a discutir ardientemente, existiendo un gran enfrentamiento con la Iglesia. De la crisis, y de su encuentro con la teoría de la evolución por selección natural, obtendrá el empuje y la inspiración para elaborar su propia doctrina, la que sería ya para siempre motor de todas sus actividades, la doctrina, la ciencia del estudio de los mecanismo para lograr, favoreciendo la evolución natural, el perfeccionamiento de la raza humana: la eugenesia. Los sucesos que contribuyeron a esa crisis nerviosa parecen haber sido, por un lado, problemas profesionales, entre los que pueden incluirse enfrentamientos con sus compañeros de la Sociedad Geográfica, el poco interés que encontró ante sus esfuerzos para hacer predicciones del tiempo muy completas y, en general, ante sus trabajos meteorológicos, y el fracaso y dura crítica que recibió su guía de viajes de Suiza, que había publicado en esos años. Por otro lado, existían problemas personales. Galton no tenía hijos, y a esas alturas era claro que no iba a tenerlos ya, y probablemente sospechaba que la razón estaba en sí mismo. En su viaje al Cercano Oriente parece haber sufrido alguna enfermedad, que además él sentiría como pecaminosa dada su tradición puritana y su obsesión por el pecado original, y es posible que se considerase estéril y culpable. Si el matrimonio era importante para él por conveniencias y por su función de procreación, su matrimonio era, en gran parte, un fracaso. Otra vez el camino parecía oscurecerse ante él. La publicación de “El origen de las especies”, y toda la polémica originada a su alrededor, y la importancia que la Naturaleza – con mayúscula – y sus leyes adquirían como condicionantes, no sólo de la evolución de animales, plantas y hombres, sino como regidoras de la evolución social – ideas ya expresadas por Spencer – parece que le liberaron de sus sentimientos de pecado y culpa, y le ofrecieron la posibilidad de elaborar una teoría social subordinada a lo que él entendía como selección natural. Una teoría así, que buscaba facilitar lo que él consideraba acción de la evolución, podría convertirse en una nueva religión, una religión científica y moderna. Porque religión era, moral, ética, normas de conducta para organizar la sociedad. Normas de control de la sociedad, en definitiva. En esencia, la eugenesia debería ser la ciencia que se preocupara de mejorar la raza humana. Para ello era necesario detectar a los seres mejor dotados física y mentalmente y favorecer sus matrimonios. Por otra parte había que detectar e identificar a todos aquellos que con sus taras pudieran contribuir al deterioro de la raza: enfermos, delincuentes, pobres endémicos, débiles mentales, para, por diferentes medios, evitar sus matrimonios y su reproducción. Esta será la eterna preocupación de Galton. Poder identificar con claridad los distintos tipos de seres y controlar su reproducción, para, por ese medio, perfeccionar la raza humana.
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La selección artificial de seres humanos fue sugerida desde muy antiguo, al menos desde Platón, quien creía que la reproducción humana debía ser controlada por el gobierno. Platón registró estos puntos de vista en La República: «que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible y los peores con las peores al contrario». Platón proponía que el proceso se ocultase al público mediante una especie de lotería. Otros ejemplos antiguos incluyen la supuesta práctica de las polis de Esparta de abandonar a los bebés débiles fuera de los límites de la ciudad para que murieran. Sin embargo, dejaban a todos los bebés fuera durante un periodo de tiempo, considerándose más fuertes a los supervivientes, mientras muchos bebés supuestamente más débiles fallecían.
Durante los años 1860 y 1870, Sir Francis Galton sistematizó estas ideas y costumbres de acuerdo al nuevo conocimiento sobre la evolución del hombre y los animales provisto por la teoría de su primo Charles Darwin. Tras leer El origen de las especies de éste, Galton observó una interpretación de la obra de Darwin a través de la cual los mecanismos de la selección natural eran potencialmente frustrados por la civilización humana. Galton razonó que, dado que muchas sociedades humanas buscaban proteger a los desfavorecidos y los débiles, dichas sociedades estaban reñidas con la selección natural responsable de la extinción de los más débiles. Sólo cambiando estas políticas sociales, pensó Galton, podría la sociedad ser salvada de una «reversión hacia la mediocridad», un frase que acuñó primero en estadística y que más tarde cambio a la hoy frecuente «regresión hacia la media».
Galton esbozó por vez primera su teoría en el artículo de 1865 «Talento y personalidad hereditarios» (Hereditary Talent and Character), explicándola luego más detalladamente en su libro de 1869 El genio hereditario. Galton comenzó estudiando la forma en la que los rasgos humanos intelectuales, morales y de personalidad tendían a presentarse en las familias. Su argumento básico era que el «genio» y el «talento» eran rasgos hereditarios en los humanos (aunque ni él ni Darwin tenían aún un modelo de trabajo para este tipo de herencia). Galton concluyó que, puesto que puede usarse la selección artificial para exagerar rasgos en otros animales, podían esperarse resultados similares al aplicar estas prácticas en humanos. Como escribió en la introducción de El genio hereditario:
Me propongo mostrar en este libro que las habilidades naturales del hombre se derivan de la herencia, bajo exactamente las mismas limitaciones en que lo son las características físicas de todo el mundo orgánico. Consecuentemente, como es fácil a pesar de estas limitaciones lograr mediante la cuidadosa selección una raza permanente de perros o caballos dotada de especiales facultades para correr o hacer cualquier otra cosa, de la misma forma sería bastante factible producir una raza de hombre altamente dotada mediante matrimonios sensatos durante varias generaciones consecutivas. — Galton, El genio hereditario.
Según Galton, la sociedad ya fomentaba las enfermedades disgenéticas, afirmando que los menos inteligentes se reproducían más que los más inteligentes. Galton no propuso sistema de selección alguno, sino que esperaba que se hallaría una solución cambiando las buenas costumbres sociales de forma que animasen a la gente a ver la importancia de la reproducción.
Galton usó por primera vez la palabra eugenesia en su libro de 1883 Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo (Inquiries into Human Faculty and Its Development), en el que quiso «mencionar los diversos tópicos más o menos relacionados con el cultivo de la raza o, como podríamos llamarlo, con las cuestiones “eugenésicas”». Incluyó una nota a pie para la palabra que rezaba:
Esto es, con cuestiones relacionadas con lo que se denomina en griego eugenia, a saber, de buen linaje, dotado hereditariamente de cualidades nobles. Esta y las palabras relacionadas (eugénico, etcétera) son igualmente aplicables a hombres, bestias y plantas. Deseamos enormemente un palabra breve para aludir a la ciencia de la mejora del linaje, que en modo alguno se limita a las cuestiones de emparejamientos sensatos, sino que, especialmente en el caso del hombre, toma conciencia de todas las influencias que tienden a dar aunque sea en remoto grado a las razas o variedades más aptas una mejor oportunidad de prevalecer más rápidamente sobre los menos aptos de lo que de otra forma habría hecho. La palabra eugenesia expresaría suficientemente esta idea, siendo como mínimo una palabra más efectiva que viricultura, que una vez me aventuré a usar. — Francis Galton, Inquiries into human faculty and its development (Londres, Macmillan, 1883), pág. 17, nota 1
En 1904 Galton aclaró su definición de eugenesia como «la ciencia que trata sobre todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza, y también con aquellas que las desarrollan hasta la mayor ventaja.»
La formulación de Galton de la eugenesia estaba basada en un fuerte enfoque estadístico, fuertemente influenciado por la «física social» de Adolphe Quetelet. Sin embargo, a diferencia de éste Galton no exaltaba al «hombre medio» sino que lo despreciaba por mediocre. Galton y su heredero estadístico Karl Pearson desarrollaron lo que se llamó el enfoque biométrico de la eugenesia, que desarrolló nuevos y complejos modelos estadísticos (más tarde exportados a campos completamente diferentes) para describir la herencia de los rasgos. Sin embargo, con el redescubrimiento de las leyes de la herencia de Gregor Mendel, surgieron dos bandos separados de defensores de la eugenesia. Uno estaba formado por estadísticos y otro por biólogos. Los primeros creían que los segundos tenían modelos matemáticos excepcionalmente primitivos, mientras los biólogos creían que los estadísticos sabían poco sobre biología.
La eugenesia terminó aludiendo a la reproducción humana selectiva como intento de obtener niños con rasgos deseables, generalmente mediante el enfoque de influir sobre las tasas de natalidad diferenciales. Estas políticas se clasificaban en su mayoría en dos categorías: eugenesia positiva, la mayor reproducción de los que se consideraba que contaban con rasgos hereditarios ventajosos, y la eugenesia negativa, la disuasión de la reproducción de los que tenían rasgos hereditarios considerados malos. En el pasado, las políticas eugenésicas negativas han ido de intentos de segregación a esterilizaciones e incluso genocidio. Las políticas eugenésicas positivas han tomado típicamente la forma de premios o bonificaciones para los padres «aptos» que tenían otro hijo. Prácticas relativamente inocuas como la orientación matrimonial tenían vínculos primitivos con la ideología eugenésica.
La eugenesia era diferente de lo que más tarde se conocería como darwinismo social. Aunque ambos sostenían que la inteligencia era hereditaria, la eugenesia afirmaba que eran necesarias nuevas políticas para cambiar activamente el statu quo hacia un estado más «eugenésico», mientras los darwinistas argumentaban que la propia sociedad «advertiría» naturalmente el problema de la «disgenesia» si no se ponían en práctica políticas de bienestar social (por ejemplo, los pobres podrían reproducirse más pero tendrían tasas de mortalidad más elevada).

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1.2. La influencia de Darwin en el pensamiento de Galton

Si Galton hubiese seguido cultivando la geografía y la meteorología, no habría acabado contribuyendo a fundar la ominosa ciencia de la eugenesia. Pero leyó El origen de las especies de su primo Charles Darwin poco después de su publicación, en 1859, y eso cambiaría el rumbo de su vida, y consiguientemente de todo Occidente.
Paradójicamente, Galton aplicó las teorías de Darwin a los seres humanos media década antes de que lo hiciese públicamente el mismo Darwin, quien había evitado aplicar las argumentaciones evolutivas de su libro El origen de las especies a los seres humanos, por miedo al ostracismo social e intelectual que había caído sobre anteriores defensores de la evolución. Galton no tuvo esas precauciones, de modo que en 1865 publicó en el Macmillan´s Magazine un artículo en dos partes titulado “El talento y el carácter hereditario”, y en 1869 el famoso libro Herencia y eugenesia.
Precisamente debido a que tantos han intentado separar los argumentos evolutivos de Darwin del movimiento eugenésico que debemos tener muy clara la relación entre los trabajos de Darwin y los de Galton. El núcleo del argumento evolutivo de El origen de las especies es una gran deducción. El libro arranca con un capítulo, titulado “Variaciones bajo la domesticación”, en el que se exponen los obvios efectos que los seres humanos han tenido sobre las plantas y los animales bajo su cuidado. Esa crianza selectiva para mejorar la producción – se trate de trigo, rosas, ovejas o ganado – es un ejemplo de selección artificial, donde “la naturaleza produce variaciones sucesivas y el hombre las conduce hacia donde le resultan útiles” Charles Darwin. El origen de las especies.
“El enorme poder de este principio de selección”, argumentaba Darwin, “no es hipotético. Está claro que algunos de nuestros mejores criadores han conseguido, incluso en el corto período de una sola vida, modificar en gran medida sus razas de ganado y de ovejas”. Es más, señalaba Darwin, estos criadores utilizan la selección artificial para eliminar los ejemplares “defectuosos”, las plantas o animales que están por debajo de los niveles mínimos, “porque casi nadie es tan negligente como para criar a partir de sus peores animales o plantas”.
Sobre la base del “enorme poder” de la selección artificial, la argumentación de Darwin procedía seguidamente a analizar el gran principio de la selección natural, dentro de la cual “las variaciones, por muy pequeñas que sean y sea cual sea la causa de la que proceden, si en cualquier medida son beneficiosas para el individuo de una especie (…) tenderán a la preservación de tales individuos, y generalmente resultarán transmitidas a su progenie”. Si la selección artificial puede producir cambios tan grandes en un tiempo tan corto, razonaba Darwin, entonces la selección natural puede generar prácticamente cualquier grado de cambio, si dispone de suficiente tiempo. El resto del libro se ocupa de proporcionar datos que apoyen esa gran deducción.
Pero si bien Darwin partía de la selección artificial para posteriormente argumentar sobre la selección natural, la preocupación de Galton fue sacar a la procreación humana del reino de la selección natural para someterla a la mano benevolente de la selección artificial. En esto razonaba de forma opuesta a Darwin. Si la evolución de los seres humanos se ha producido en su mayor parte a través de la selección natural pero ésta es lenta y no dirigida, entonces los seres humanos deberían arrancar la evolución del dominio de la naturaleza y aplicar las técnicas de los criadores de plantas o de ganado al mejoramiento de la raza humana. Así, la obra de Galton Herencia y eugenesia comienza con las siguientes palabras:

“Pretendo demostrar en este libro que las capacidades naturales del hombre se derivan de su herencia, del mismo modo y bajo las mismas limitaciones que la forma y los rasgos físicos de todo el mundo orgánico. En consecuencia, de la misma manera que es fácil (…) producir a través de una cuidadosa selección una línea permanente de perros o caballos dotados de una peculiar capacidad para correr o para hacer cualquier otra cosa, sería bastante factible producir una raza de hombres altamente dotados a través de matrimonios concertados de forma racional a lo largo de varias generaciones consecutivas”.

“Mi conclusión”, continuaba Galton, “es que cada generación tiene un enorme poder sobre los dones naturales de los que le siguen, y de ahí que mantenga que es nuestro deber con la humanidad investigar el alcance de ese poder, y ejercitarlo de modo que no nos comportemos de modo irracional y produzcamos las mayores ventajas para los futuros habitantes de la tierra”.

No mucho después de la publicación de Herencia y eugenesia Galton recibió una carta en la que su primo Darwin le expresaba su más rendida admiración por su obra, manifestándole que después de tan sólo cincuenta páginas había tenido que detenerse y “respirar, no fuera a ser que algo se me rompiese dentro. ¡No creo haber leído en mi vida nada más interesante y original! ¡De qué forma tan correcta y clara explicas cada cuestión!”. Curiosamente, Darwin proseguía exclamando cómo Galton había “conseguido hacer un converso de quien antes era en cierto sentido un opositor, porque siempre ha sostenido que, dejando aparte a los idiotas, los hombres no difieren mucho en intelecto, sino que sólo se distinguen por su celo y su trabajo; y aún pienso que ésta es una diferencia sumamente importante”.
Pero por muy importante que le hubiese parecido esa diferencia, antes de que transcurriesen dos años desde la publicación de Herencia y eugenesia Darwin publicaría El origen del hombre, donde pretendió demostrar que tanto la inteligencia humana como sus características morales son fruto de la selección natural y que, es más, era tiempo de tomar en consideración la aplicación de la selección artificial de los rasgos humanos beneficiosos. Subrayando que, “exceptuado el caso del mismo hombre, apenas existe nadie tan ignorante como para permitir que sus peores ejemplares se reproduzcan”, Darwin sugería que “a los miembros más débiles e inferiores de la sociedad no debería permitírseles contraer matrimonio tan libremente como a los inteligentes”. Ese criterio evitaría la degradación de la raza.
Que Darwin se hubiese percatado o no de la conexión eugenésica de sus propias teorías antes de leer a Galton es cosas discutida. Pero de lo que no cabe duda, a la vista de su argumentación y del número de veces que cita a Galton, es de que había abrazado completamente la conexión eugenésica cuando publicó El origen del hombre. “El avance del bienestar de la humanidad es un problema tremendamente complejo”, reflexionaba Darwin; “como ha subrayado el señor Galton, si los prudentes evitan el matrimonio al tiempo que los imprudentes se casan, los miembros inferiores de la sociedad tenderán a suplantar a los mejores (…) A través de la selección el hombre tiene la capacidad de hacer algo, no sólo para mejorar la constitución física de su progenie, sino también para mejorar sus cualidades intelectuales y morales”. Los que fueran “notablemente inferiores de cuerpo o de mente deberían verse constreñidos por las leyes o las costumbres para llegar más lejos y procrear al mayor número de hijos”. A través de esa selección artificial, de esa eugenesia, como posteriormente acabaría siendo llamada, podría elevarse el calibre de la especie humana. “Todos los que contribuyan a este fin”, mantenía Darwin, “prestarán un noble servicio”.
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Desde un punto de vista práctico fue posiblemente otra obra de Darwin la que dio elementos a Galton para elaborar su teoría, La variación en animales y plantas domesticados. Teoría que nuestro científico expondrá casi totalmente estructurada en dos trabajos que publica en la revista Macmillan´s Magazine, “Hereditary Talent and Carácter”. Tan completamente expuestos están aquí sus postulados que Pearson dirá, en su biografía de Galton, que estos trabajos podían haber sido el resumen final de su labor en lugar de su inicio. Previamente había publicado nuestro autor un trabajo titulado “Primeros pasos hacia la domesticación de animales”, en donde tomaba en consideración la cuestión de la sociedad humana asimilándola a la sociedad animal, comparándola con los animales que se agrupan en rebaños – en concreto, con los bueyes que había observado en África – y valorando la importancia especial de los animales que están por encima de su congéneres y se convierten en líderes del rebaño. Pero lo cierto es que Galton no se ve libre totalmente de su depresión hasta que no consigue presentar un libro con abundantes datos, en que se exponga extensamente su idea sobre cómo se podría y debería perfeccionar la raza humana, y fundamentalmente la raza inglesa, para que pudiese superar su etapa de decadencia y su camino de degeneración, que tan sangrantemente se había puesto en evidencia durante la guerra de Crimea, y que se manifestaba a diario en los suburbios de Londres y de otras grandes ciudades, suburbios cargados de indigentes, enfermos y delincuentes. Este primer libro de Galton, con el que comienza su andadura no sólo en el estudio de la eugenesia, sino en la aplicación de la llamada “Ley del error”, la curva o campana de gauss para el estudio de la distribución del talento de la población, será La herencia del genio (Hereditary Genius), publicado en 1869, siendo posiblemente su obra más difundida y popular.
La publicación de La herencia del genio hizo que se reavivara la relación de Galton con su primo Darwin. A ambos les interesaba el problema de la herencia o de la heredabilidad de caracteres. A Darwin, que había esbozado una teoría para explicar la forma de transmisión de los caracteres de padres a hijos – teoría de la pangénesis – porque la presión selectiva, la selección natural, debía actuar sobre la posibilidad de transmisión de caracteres y sobre la posibilidad de variación en los caracteres. Una mayor eficacia adaptativa de unos caracteres podía llegar a repercutir de forma que la especie fuese variando. Y las pequeñas adaptaciones adaptativas llegarían, con el tiempo, a producir nuevas especies. Para Darwin era necesario que los caracteres adquiridos, por lo menos algunos que tuvieran una cierta influencia en el organismo y alteraban las “gémulas” – las unidades orgánicas transmisoras de las caracteres en su teoría – se transmitieran. Si esto no sucedía así, era muy difícil en aquel momento poder explicar la evolución por medio de la selección natural. Para Galton, sin embargo, era imprescindible considerar que la herencia de caracteres adquiridos era imposible. Para mantener su teoría de la posibilidad de mejorar la raza por medio de la selección de las caracteres más valiosos, físicos y mentales, y preservar la pureza de las razas y clases, restringidas a sus propias dotaciones hereditarias, era necesario que el medio ambiente, y por lo tanto los caracteres adquiridos, no tuvieran influencia en la carga o dotación hereditaria. Para Galton, cada individuo hereda directamente de sus padres – padre y madre por igual – y por medio de ellos de todos sus antepasados directos. Y el medio ambiente no puede modificar tal herencia.
La diferencia de opinión entre Galton y Darwin, no comprendida por ninguno de los dos – Galton llega a afirmar, en sus primeros artículos de 1865, que Darwin no cree en la herencia de los caracteres adquiridos – les llevará a tener un cierto enfrentamiento al final del trabajo conjunto que realizaron estudiando la herencia en conejos. Galton, inspirado y ayudado en cierta medida por Darwin, intentó estudiar los mecanismos hereditarios postulados en la teoría de la pangénesis. Esta expresaba la posibilidad de que las “gémulas” transmisoras de caracteres circulaban por la sangre. Galton y Romanes, que también participó en los experimentos, intentaron transmitir el color de pelo de unos conejos a las progenies de otros por medio de transfusiones de sangre. La hipótesis no era cierta, y Galton lo expuso públicamente, sin mayores discusiones sobre el asunto con Darwin, éste se irritó y se cruzaron entre ellos un par de artículos en Nature.

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1.3. La herencia del talento

La primera publicación de Galton sobre la herencia, titulada Talento y carácter hereditarios, consistía en dos artículos que, si discípulo y biógrafo Kart Pearson, podrían haber constituido el resumen final de su obra. Hasta tal punto se mantuvieron invariables sus puntos de vista a lo largo de su vida.
Quizás la característica más destacada del pensamiento de Galton fuera su creencia en que las facultades mentales se transmiten hereditariamente de una forma rígida. Aunque durante años se esforzó en demostrar estadísticamente esta idea, realmente para él era una convicción apriorística. Esto se pone claramente de manifiesto en esta primera obra en la que comienza reconociendo que “al estudiar la transmisión hereditaria del talento debemos tener siempre en la mente nuestra ignorancia, incluso de las leyes que gobiernan la herencia de los rasgos físicos”.
Para abordar el problema Galton recurre a la analogía:

Sólo puedo decir que las semejanzas generales en las cualidades mentales entre padres y prole, tanto en el hombre como en las bestias, es lo más cercano posible al parecido entre sus rasgos físicos; y debo confiar la existencia de leyes reales del primer caso como una interferencia a partir de su analogía con el último. La semejanza falla a menudo en donde más esperábamos que se mantuviera, pero podemos legítimamente atribuir el fallo a la influencia de condiciones que todavía no podemos comprender. Hasta que no tengamos abundante evidencia a favor de la hipótesis de la transmisión hereditaria del talento de padres a hijos, no debemos desconcertarnos cuando nos presentan evidencias en contra”.

Estas insuficiencias en los conocimientos existentes sobre la herencia y la posible aparición de situaciones de difícil explicación sobre la base de la hipótesis hereditaria no desanimaban a Galton, aunque no dejaba de reconocer que no podía probar sus asertos:

“Yo mantengo, por analogía, que esta previsión (la que tienen los mejoradotes con respecto a las características físicas de los animales) puede alcanzarse igualmente con respecto a las cualidades mentales, aunque no puedo probarlo. Todo lo que puedo demostrar es que se encuentran talento y singularidades de carácter en mucha mayor magnitud en los niños en que alguno de los padres las ha tenido, que en los niños de gente ordinaria”.

Sin embargo, a pesar de todas estas limitaciones, explícitamente reconocidas, sus conclusiones son categóricas:

“Encuentro que el talento se transmite hereditariamente en un grado extraordinario […] Justifico mis conclusiones por las estadísticas. Y voy a proceder ahora a exponer lo que considero es ampliamente suficiente como para imponerse como convincente”

Precisemos que para Galton “los términos talento y carácter son exhaustivos: incluyen la totalidad de la naturaleza espiritual del hombre hasta donde somos capaces de comprenderla”.
Las estadísticas a que se refiere son listas de personajes ilustres sacadas de biografías, en las que aparecían parientes en una frecuencia que él consideraba que no podía deberse al puro azar. Su explicación de este fenómeno era que el talento no podía ser sino hereditario. La posibilidad de que existieran otras causas, en la sociedad victoriana de la época, que favorecieran que personas distinguidas promocionan a sus hijos o hermanos a puestos también ilustres, era directamente descartada en la mayor parte de los casos. Afirma, por ejemplo, que “de todos los cargos del derecho no hay ninguno que sea, con mayor seguridad, premio a la más distinguida capacidad intelectual que el de Lord Chancellor […]. De 29 Chancellors 16 tenían familiares importantes. Trece de ellos tenían parientes muy ilustres. En otras palabras, 13 de 39 – esto es 1 de cada 3 – son ejemplos notables de influencia hereditaria”, para concluir que “no es posible calcular en forma precisa, e incluso apenas merece la pena hacerlo de forma aproximada, el avlor numérico de la influencia hereditaria en la obtención de la cancillería. Es suficiente con decir que es enorme”.
Galton hacía extensible esta convicción tan arraigada sobre la transmisión hereditaria del talento a las facultades morales o a cualquier forma de enfermedad o malformación:

“Así, son hereditarias las enfermedades del corazón; lo son los tubérculos del pulmón; lo son también las enfermedades del cerebro, del hígado y del riñón; y lo mismo pasa con las enfermedades de ojos y oídos. Las enfermedades generales son igualmente hereditarias, como la gota o la locura. Por herencia se transmiten tanto la longevidad como las muertes prematuras. Si consideramos una clase de peculiaridades más recóndita en su origen, encontraremos que la ley de la herencia sigue siendo válida. Una susceptibilidad morbosa a las enfermedades contagiosas o a los venenosos efectos del opio o del calomel, y la aversión al sabor de la carne, todo ello vemos que es heredado. Y lo mismo sucede con el ansia por la bebida o por el juego, la pasión sexual desmedida y la proclividad a la indigencia, a los crímenes violentos y a los fraudes. Hay ciertos tipos marcados de carácter asociados a marcados tipos de rasgos y de temperamento. Sostenemos axiomáticamente que estos últimos son heredados, siendo demasiado notorio el caso y demasiado consistente con las analogías que nos aportan los animales como para hacer necesarios más argumentos”

Repárese en esta última frase, en la que dota a sus asertos de un carácter axiomático, es decir sin necesidad de demostración, basándose únicamente en la fuerza de las analogías.
Pero además estaba convencido de que existía una estrecha correspondencia en la transmisión de estas características, en el sentido de que los portadores de los mejores rasgos intelectuales también poseían los más destacados rasgos morales y físicos. A esto se refiere al decir:

“Había una creencia popular que decía que los hombres muy eminentes intelectualmente eran, por lo general, de constitución débil y de carácter seco y frío. Debe de haber tales casos, pero creo que la regla general es exactamente la contraria […]. Es un grave y frecuente error el suponer que los altos poderes intelectuales se asocian corrientemente con un cuerpo insignificante y de poca fuerza física […]. La mayoría de los grandes hombres son vigorosos animales, con exuberantes poderes y con una gran devoción a una causa. No hay razón para suponer que si se procrea en función de un alto nivel de intelecto se va a producir una raza estéril o débil”.

En su extensa obra La herencia del genio se reafirma completamente en las conclusiones de sus primeros escritos y dice que “los resultados fueron tales como para poder establecer absolutamente la teoría de que el genio, con ciertas limitaciones que deben ser investigadas, es hereditario”.
Otro de los problemas que aborda son los criterios que se deben seguir para decir si una persona tiene o no talento, en qué medida está dotada de genio. Obviamente, para saber si el genio se hereda es necesario primero determinar quién lo posee. El criterio que empleó fue el de la elevada reputación:

“El plan de mi razonamiento se dirige a demostrar que la elevada reputación es un test bastante fiel de la elevada habilidad; a continuación, se dedica a discutir los parentescos de un grupo de hombres claramente eminentes – a saber: los jueces de Inglaterra desde 1660 hasta 1868, los hombres de Estado del tiempo de Jorge III y los premieres durante los últimos cien años – y a obtener de esto una visión general de las leyes de la herencia con respecto al genio […]. Los argumentos por medio de los cuales me esforzaré en probar que el genio es hereditario, consisten en demostrar la gran cantidad de casos que existen en los cuales los hombres que son más o menos ilustres tienen una parentela eminente”

Galton era consciente de la debilidad aparente de este criterio, y se preguntaba si está justificado su uso como estimador de las capacidades mentales y morales hereditarias: “¿es la reputación un buen test de la habilidad natural? ¿Siendo el único que puedo emplear, estoy justificado a utilizarlo? ¿Cuánto del éxito de un hombre se debe a sus oportunidades y cuánto a su poder intelectual natural?”. Téngase en cuenta que en aquella época no existían aún los tests de inteligencia y Galton necesitaba alguna forma de medición de las capacidades intelectuales con que rastrear la herencia de las mismas.
Se esforzará, pues, en darle un significado al concepto de reputación que pueda ser aceptado sin problemas: “Por reputación entiendo la opinión de los contemporáneos, revisada por la posteridad; el resultado favorable de una análisis crítico del carácter de cada hombre a partir de la opinión de muchos biógrafos”. ---------
Es obvio que para Darwin la obra Herencia y eugenesia era un “noble servicio”, lo cual hace que merezca la pena analizar el libro con más detalle. En él, Galton aplicó las dotes analíticas forjadas en su expedición africana a las cuestiones relativas a la herencia de las cualidades más excelentes. A falta de otros medios para probar su argumentación, se apoyó en la suposición de que “la reputación es un indicativo bastante preciso de las cualidades más elevadas”. Y consiguientemente, procedió a analizar las líneas familiares de ingleses eminentes, clasificados por campos de reconocido prestigio, como la judicatura, la alta política, los altos grados del Ejército, los hombres de ciencia, los poetas o los músicos.
Lo que pretendían esos interminables análisis de los Quién es quien de Inglaterra era “probar que el genio es hereditario” y eso mediante “la demostración de lo elevado que es el número de supuestos en los que hombres que son más o menos ilustres tienen una descendencia eminente”, o más, “que los parientes próximos de los hombres más destacados son también eminentes con más frecuencia que sus parientes más remotos”.
Aunque esto pueda sonar científico, el propio Galton a continuación manifestaba claramente a sus lectores sus propios prejuicios:

“(…) me solivianta eso que se dice sin pensar, sea de forma expresa o implícita, y especialmente en los cuentos que se escriben para enseñar a los niños a ser buenos, de que los niños nacen prácticamente iguales unos a otros y que los únicos factores que influyen en las diferencias entre un muchacho y otro, y entre un hombre y otro, son la constancia en el trabajo y el esfuerzo personal por las virtudes. Me opongo sin paliativos a tales pretensiones de igualdad natural”.

Esta actitud llevó a Galton a fundamentar todos los logros intelectuales y morales exclusivamente en la herencia. Pero en esto hay que comentar, con cierta ironía, la prueba en que Galton se apoyaba para valorar la superioridad hereditaria era “los logros”, es decir, el efecto que resultaría de la herencia, pero el medir solamente los logros no existía manera de distinguir entre efectos, circunstancias y oportunidades. Los críticos de su libro rápidamente destacaron esta debilidad en su argumentación.
Si Galton pretendía simplemente demostrar la obviedad de que, hablando en general, “la manzana no cae lejos del árbol”, debería haber dado una cierta base científica a lo que no pasa de ser una observación común. Pero, como hemos visto, la pretensión de que la capacidad natural es hereditaria era sólo parte de una más amplia concepción eugenésica.
Para Galton, las “leyes de la herencia” se aplican “tanto a las facultades mentales de los individuos como a las corporales”, y por lo tanto ambas pueden ser mejoradas mediante apareamientos racionales. Sin embargo, este “enorme (…) poder (…) conferido a cada generación sobre la misma naturaleza de sus descendientes”, lamentablemente, no ha sido nunca utilizado. A pesar incluso de que Darwin llamó la atención del público sobre los cambios beneficiosos que podrían derivarse de los adecuados cruces de plantas y animales, “hay que reconocer que el gran problema del mejoramiento futuro de la raza humana es que actualmente esa cuestión apenas se propone más allá de los ambientes académicos”. Seguidamente Galton añadía:

“Sin embargo, hoy en día el pensamiento y la acción se mueven rápidamente, y no es en modo alguno imposible que una generación que ha presenciado la exclusión de la raza china de los privilegios tradicionales de los pobladores de dos continentes y la deportación de la población hebrea de una gran porción de un tercero pueda vivir para ver otros actos análogos, realizados bajo una repentina presión socializante”.

Estas tenebrosas palabras fueron escritas para la edición de 1892 de Herencia y eugenesia. Para ese momento, veintitrés años después de su primera edición, el movimiento eugenésico ya había conseguido apoyo internacional y estaba listo para “moverse rápidamente” hacia el siglo XX, mucho “más allá de los ambientes académicos”. En palabras proféticas de Galton, “puede ser que las cuestiones que van a ser consideradas en Herencia y eugenesia adquieran inesperadamente importancia al caer dentro de la esfera de la política práctica”.
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Galton seguirá experimentando y publicará en 1875 su propia teoría (una teoría de la herencia) en la que planteaba la existencia de dos tipos de partículas, unas internas, sin manifestaciones externas, y otras con manifestaciones en el aspecto o características de los individuos. El primero sería lo que luego Weismann llamaría “plasma germinal”, que pasaría de padres a hijos sin alteraciones. Pero Galton no había encontrado ningún dato experimental que apoyara sus ideas, era una hipótesis especulativa. De donde seguía obteniendo Galton su seguridad sobre la heredabilidad del talento, era de sus estudios estadísticos sobre los parentescos entre personas eminentes. Como en “La herencia del genio”, intenta demostrar nuevamente que el talento es hereditario y no se debe al medio ambiente, ni a las posibilidades de estudio, etc. Esta vez envía encuestas a hombres de ciencia – o pertenecientes a sociedades científicas – preguntándoles si consideran que su talento es innato o adquirido. Su análisis estadístico de los resultados le sigue confirmando en la idea: el talento es hereditario y el medio ambiente y las posibilidades sociales actúan sólo cuando existe una dotación hereditaria adecuada. Su libro, publicado en 1874, (Hombres de ciencia ingleses) respondía en realidad a la obra del suizo Alphonse de Candolle, Histoire des sciences et de savants depuis deux siecles, publicado en 1873 como crítica, a su vez, del libro de Galton sobre el genio y la herencia. De Candolle sostenía lo contrario que Galton y pensaba que la educación y el ambiente social eran factores fundamentales en el desarrollo de un científico o intelectual cualquiera.

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1.4. Galton y el racismo

"... así como es fácil, a pesar de ciertas limitaciones, obtener por selección cuidadosa razas estables de perros o caballos dotados con facultades especiales para la carrera o para hacer cualquier otra cosa, así de factible debería ser producir una raza de hombres altamente dotada por medio de bodas sensatas a lo largo de varias generaciones consecutivas."

Un aspecto muy importante del pensamiento de Galton es su concepción de raza. Siguiendo una costumbre usual en esa época, utiliza la noción de raza dándole significados distintos. Una primera acepción es la que llamaríamos idea clásica o tradicional de raza. Para Galton indudablemente existían razas superiores e inferiores que poseían atributos no sólo físicos sino también intelectuales, morales e incluso sociales propios y característicos, determinados por su distinta naturaleza biológica, y transmitibles hereditariamente. Así dirá que “las naturaleza de los indios americanos parece contener el mínimo de cualidades sociales y afectivas compatible con la continuidad de su raza”. Consideramos que en esta época se estaba produciendo el exterminio de las comunidades indias de Norteamérica, esta observación parece una justificación, basada en la propia naturaleza biológica de las víctimas, del genocidio que estaban sufriendo.
Abundando en las características que considera distintivas de las distintas razas dirá:

“El hombre rojo tiene gran paciencia, gran reserva, gran dignidad y nada de pasión; el negro tiene fuertes e impulsivas pasiones y nada de paciencia, ni reserva ni dignidad. Es afectuoso, cariñoso con los hijos de sus amos y, a la recíproca, es idolatrado por los niños. Es eminentemente gregario, por lo que está siempre parloteando, peleando, dándole al tam-tam o bailando”.

Estas características distintivas están jerarquizadas, es decir, son de distinta calidad según las razas. Colocará a la raza blanca (sobre todo inglesa) en el extremo superior de esta jerarquía y a la negra en el último escalón, claramente por debajo de los indios americanos, en una situación propia de la barbarie, extrañándose de que no haya desaparecido totalmente al contacto con la civilización. “Aunque la mayoría de las razas bárbaras desaparecieron, algunas, como la negra, no”.
Además, poco puede hacer la educación para modificar los caracteres propios de cada raza. Los rasgos de cada raza, inscritos en su propia naturaleza, afloran tarde o temprano en los individuos determinando su carácter:

“La más notable cualidad que las exigencias de la civilización ha engrendrado hasta ahora entre nosotros, viviendo como lo hacemos en un clima riguroso y firme. Esto sólo lo poseen las razas civilizadas, y lo poseen en un grado mucho mayor los individuos más débiles de éstas, que los más fuertes y sanos salvajes […]
Es innata en los salvajes una inquietud turbulenta e indomable. Yo he recogido numerosos ejemplos en que niños de una raza inferior han sido separados a una temprana edad de sus padres y educados como parte de una familia bien establecida, completamente aparte de su propia gente. Sin embargo, después de años de tener hábitos civilizados en un arranque de pasión o por algún anhelo de emigración como el de un pájaro, han abandonado su hogar, han tirado sus ropas y buscado en la maleza a sus compañeros, entre los cuales han sido posteriormente encontrados viviendo en complacido barbarismo, sin ningún vestigio de su delicada educación”.


Otra acepción de raza empleada es la referida a poblaciones de distintos territorios, nacionales o no. Así, empleará el término de raza para referirse genéricamente a los ingleses, escoceses o irlandeses. Aunque en este caso la jerarquía de razas está más matizada, no está completamente ausente, ya que él considera a la raza inglesa como la que está en la cima de la pirámide evolutiva. De cualquier modo, estas razas, digamos nacionales, también poseen características hereditarias inscritas en su naturaleza biológica:

“Existe tanta variedad entre los franceses como entre los ingleses, ya que no han pasado tantas generaciones desde que Francia ha dejado de estar dividida en reinos completamente independientes. Entre esas razas peculiares están las de Normandía, Bretaña, Alsacia, Provenza, Bearne, Auvernia – cada una con sus características especiales”.

Una tercera acepción de raza es la usada como sinónimo de casta o clase social hereditaria. Aquí también aparece una fuerte jerarquía. Hay razas (clases) ilustradas, cultas y más evolucionadas y razas (Clases) depauperadas, embrutecidas y menos evolucionadas. Estas diferencias, como en los casos anteriores, no están determinadas por una desigual distribución de la riqueza y están determinadas por una desigual distribución de la riqueza y una injusta estratificación social. Son fruto, para Galton, de la distinta naturaleza biológica de las clases. Este significado del concepto de raza está presente en al definición que de eugenesia dio en una conferencia celebrada el 16 de mayo de 1904:

“La eugenesia es la ciencia que trata de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza; también trata de aquellas que la pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad […]. El propósito de la eugenesia es reunir tantas influencias como puedan ser razonablemente empleadas para hacer que las clases útiles de la comunidad contribuyan, más de lo que ahora corresponde por su proporción, a formar la próxima generación”.

Como se puede observar, primero se refiere a las cualidades innatas de las razas, para a continuación asimilar éstas a las clases sociales de la comunidad que se perpetúan hereditariamente.
Una última acepción del término se refiere a la humanidad en su conjunto, asimilando raza a especie biológica. Ésta es la que está presente cuando afirma que “en la rápidamente cambiante raza humana, hay elementos, algunos ancestrales y otros resultado de la degeneración, que son de pequeño o ningún valor o que son claramente perjudiciales”, o cuando define lo que considera uno de los objetivos de la eugenesia: “consiste en el esfuerzo por favorecer la evolución, especialmente la de la raza humana”.
Las opiniones de Galton sobre las razas pueden parecer a nuestros ojos de un extremado racismo, y de hecho lo son. Sin embargo, eran ideas muy comunes en la sociedad de su tiempo, incluso en personas que por otros conceptos calificaríamos de progresistas. El mismo Darwin las compartía en buena medida.
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Leyendo estas palabras, resulta evidente que Galton creía que mejorar verdaderamente la raza humana significaba no sólo el mejoramiento de los individuos de una raza, también, y lo que es más importante, el triunfo biológico de las razas superiores sobre las inferiores. Las capacidades características de cada raza, recordaba Galton al lector, derivan de “las condiciones bajo las cuales ha vivido, y son debidas a la operación de la ley de la selección natural de Darwin”. Cada raza, por tanto, puede ser clasificada en función del nivel al que haya conseguido ascender dentro de la escala evolutiva.
Basándose en su experiencia en África, Galton comenzaba “comparando los méritos de las diferentes razas”, comparando “la raza negra con la anglosajona en función solamente de las cualidades que hacen posible el surgimiento de jueces, estadistas, militares de alta graduación, hombres de literatura y ciencia, poetas y artistas”. Resumiendo, “la raza negra” no sale precisamente bien parada en esta comparación. Si bien son capaces de alcanzar ciertas posiciones de moderada eminencia en el comercio, “el número entre los negros de los que deberíamos llamar hombres de escasa inteligencia es muy elevado”. De hecho, los “errores en que los negros incurrían en sus asuntos”, y que Galton había presenciado en África, “eran tan infantiles, tan estúpidos y tan simples, que con frecuencia me hicieron avergonzarme de mi propia especie”. “El aborigen australiano”, añadía Galton, “está al menos un grado por debajo del negro africano”.
Esto no equivale a decir que la raza anglosajona haya sido la más grande; más bien, “la más capaz de la cual se tiene recuerdo histórico es, sin lugar a dudas, los antiguos griegos”, una raza que decayó debido a que procreó de forma descuidada. Si hubiesen seguido los consejos de galton y hubiesen desplazado a otras poblaciones mediante una procreación entusiasta pero racionalmente dirigida, con total seguridad los griegos “habrían conseguido resultados beneficiosos para toda la civilización humana, hasta un grado que va más allá de lo que podamos imaginar”.
Esas imaginaciones movían a Galton a afirmar: “Si pudiésemos elevar el nivel medio de nuestra raza solamente en un grado (una unidad que para Galton sería la medida de los niveles de genio), ¡qué cambios tan enormes se producirían!”. Esto no era para Galton solamente una vaga aspiración, sino una cuestión de acuciante y práctica urgencia. “Para el bienestar de las generaciones futuras, es absolutamente esencial elevar los niveles medios de capacidad de los hombres actuales”, porque la evolución estaba imponiendo exigencias que no podían ser atendidas por la civilización moderna, incluso en el caso de los ingleses. “Las necesidades de la centralización, de la comunicación y de la cultura exigen más inteligencia y más potencia mental que la media que posee nuestra raza (…) Nuestra raza está sobrecargada, y todo indica que acabará cayendo en la degeneración por mor de exigencias que van más allá de sus capacidades”. Las exigencias de la moderna civilización eran especialmente incompatibles con los “hábitos bohemios” de nuestros antepasados en la cadena evolutiva, los cuales, por desgracia, aún estarían presentes en demasiados rasgos de los hombres de Occidente. Afortunadamente, “del mismo modo que esa tendencia bohemia de la naturaleza de nuestra raza estaba destinada a perecer, cuanto antes lo haga mejor será para la humanidad”. Anticipándose así a Hitler, en su primer artículo sobre eugenesia del Macmillan´s Magazine Galton ponía como ejemplo especialmente desagradable de las disfunciones provocadas por “los hombres que nacen con tendencias innatas salvajes o anormales (…) extrañas al espíritu civilizado (…) los numerosos casos en Inglaterra donde la naturaleza indómita de los mestizos gitanos se afirma a sí mismo con fuerza irresistible”.
Sin embargo, “mucho más ajena al genio de una civilización ilustrada que los hábitos nómadas” de los gitanos “es la naturaleza incontrolada e impulsiva del salvaje”. Más que ninguna otra, las razas salvajes “no han conseguido mantener el ritmo del desarrollo de nuestra civilización moral”. Pero incluso las razas más desarrolladas “conforme a la ley de la selección natural de Darwin” se están quedando atrás.
Ante esta situación, Galton recomendaba, exactamente igual que lo había hecho Darwin, que “se actuase en profundidad sobre la capacidad natural media de una raza” a través de la regulación de la procreación. “Mi argumentación mostrará que la política más sabia es aquella que tenga como resultado retrasar la edad media del matrimonio entre los débiles y adelantarlo entre las clases más vigorosas”. En palabras más sencillas: las personas de alta cuna deberían procrear mucho más; las de baja estofa deberían procrear mucho menos, o nada en absoluto.
La “mejora de los dones naturales de las generaciones futuras de la raza humana se encuentra en buena parte, si bien indirectamente, bajo nuestro control”. Los “procesos de la evolución” si se desarrollan sin control, son ambiguos “porque algunos empujan hacia lo malo y otros hacia lo bueno. Lo que a nosotros corresponde es estar al acecho de las oportunidades de intervenir, poniendo coto a aquellos y dando vía libre a éstos”. Teniendo esto en mente, Galton tenía la esperanza de que pudiesen llevarse a cabo en el futuro trabajos de investigación “dirigidos a hacer una estimación de las posibilidades razonables de una futura acción política que elevase gradualmente el desgraciadamente bajo nivel actual de la raza humana, hasta llegar a un nivel en el que las utopías que sueñan los filántropos puedan convertirse en posibilidades reales”.

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1.5. El tipo ideal

Un aspecto particularmente interesante de su concepción de raza, que hace extensible no solamente a las distintas acepciones de la misma sino también a otros grupos sociales distintos de las razas, es el de considerar que existe un tipo ideal o forma típica característica del grupo, alrededor del cual tienden a agruparse los individuos. Galton lo expresa muy claramente en su obra Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo:

“Un concepto esencial de raza consiste en que debe haber una forma ideal típica, a partir de la cual los individuos se desvían en todas las direcciones, pero alrededor de la cual tienden a agruparse. Hacia este tipo ideal es hacia donde puede mejorarse más fácilmente una raza, porque nada nuevo debe ser seleccionado. Sólo sería necesario facilitar, hasta donde fuera ello practicable, la reproducción de los que más se ajustan al tipo central y frenar, hasta donde sea posible, la reproducción de los que se desvían mucho de él”.

Esta idea de un tipo ideal era tan importante para Galton que se esforzó en buscar algún método experimental que permitiera estudiarlo. Para ello recurrió a la técnica de los retratos compuestos, ya comentada. “Difícilmente podría encontrarse un método más apropiado que éste de los retratos compuestos para descubrir el tipo fisionómico central de una raza o grupo”. En los retratos compuestos de criminales, por ejemplo, consideraba que “cuando se combinan desaparecen las peculiaridades individuales y lo que queda es la naturaleza común de un tipo humano inferior”.
Galton utiliza para el estudio estadístico de los rasgos físicos o mentales la “ley de la desviación de la media”, tomada de Quételet (que hoy conocemos como distribución normal o de Gauss), y hace corresponder el tipo ideal con el valor medio de la distribución. Dirá, por ejemplo, que “debe existir una capacidad mental, correspondiente a los habitantes de las islas Británicas, totalmente constante, y que las desviaciones de la media – hacia arriba o sea hacia el genio, o hacia abajo, hacia la estupidez – deben seguir la ley que gobierna las desviaciones de todas las medias verdaderas”. Dado que el valor medio, en una distribución normal, es también el que presenta una mayor frecuencia, Galton lo asociará a la idea de “mediocridad”:

“La escasez en la habilidad de dirigir y la gran abundancia de mediocridad no es accidente, sino que se sigue, por necesidad, de la real naturaleza de las cosas.
El significado de la palabra “mediocridad” admite pocas dudas. Define el estándar del poder intelectual encontrado en la mayoría de las recolecciones provinciales de datos”.


Como se ponía de manifiesto en la cita reproducida más arriba, Galton pensaba que en cada generación la progenie tiende a mostrar un valor medio, con respecto al carácter considerado, más próximo a la media de la población que el presentado por sus padres, lo que denominó “ley de regresión a la media”. Además, es hacia este valor medio – que, como dijimos, representa el tipo ideal – hacia donde resulta más fácil realizar una mejora mediante selección.
Detengámonos ahora en la “ley de regresión a la media”, que Galton dedujo de su estudio con guisantes. Hemos dicho que esta ley postula que para un determinado carácter, como la estatura, el valor medio de la progenie de una determinada familia está más próximo a la media de la población que el valor de sus padres. Imaginemos una población que tiene una estatura media de 1,75 metros. Una determinada pareja que tiene una estura media de 1,85 metros tendrá probablemente, según la ley de regresión, una progenie con una estatura media algo inferior a la suya y, en consecuencia, más próxima a la media de la población. Análogamente, si la estatura media de los padres fuera de 1,60 metros, los hijos tendrían una estatura media algo superior, que se acercaría más a la media de la población.
Decíamos también que es hacia el valor medio hacia donde resulta más fácil efectuar la selección de un carácter. Para galton esto era una consecuencia directa del funcionamiento de su ley:

“La ley de la Regresión se manifiesta con fuerza en contra de la transmisión hereditaria de todos los dones […]. Cuanto más abundantemente dotado por la naturaleza está el Padre, más raro será que tenga la buena fortuna de engendrar un hijo tan ricamente dotado como él mismo, y aún más raro que tenga un hijo más dotado que él. Pero la equitativa ley impone una sucesión con igual contribución de aspectos malos y buenos. Si por un lado desalienta las extravagantes esperanzas de un padre bien dotado que quiere que sus hijos hereden todas sus capacidades, no menos condena los extravagantes miedos de que hereden todas sus enfermedades y debilidades.
Debe comprender claramente que no hay nada en estas afirmaciones que invalide la doctrina general de que es mucho más probable que los hijos de una pareja bien dotada estén bien dotados, a que lo estén los de una pareja mediocre”.

Esta última aclaración resulta particularmente interesante porque con ella Galton trata de defenderse de una importante paradoja que aparece en sus planteamientos. Por un lado la media, o tipo ideal de una raza, es el valor que representa el estándar de “mediocridad” hacia el que inevitablemente tienden los individuos de generación en generación, aunque sus padres no sean mediocres. Pero, por otro lado, las propuestas eugenésicas de Galton se basan en que es posible, gracias a que las facultades físicas y mentales son hereditarias, seleccionar los mejores individuos para hacer que sus características superiores se propaguen en mayor proporción: “Si los hombres de talento se emparejan con mujeres de talento, con caracteres mentales y físicos como los de ellos, generación tras generación, podríamos producir una raza humana ilustre, con una tendencia no mayor que la que demuestran nuestras bien establecidas razas de caballos de carrera y perros de caza a volver a los poco valiosos tipos ancestrales”, lo que obviamente, resulta contradictorio con lo afirmado antes. La paradoja aparece porque su ley de la regresión tiende a anular los efectos de una posible selección mejorada, exigida por sus propuestas eugenésicas. Como señala Ian Hacking “Galton tenía un problema; pensaba que las cualidades excepcionales, morales, mentales o físicas producen en gran medida esas mismas cualidades, en tanto que al propio tiempo se da una inevitable reversión hacia la mediocridad, la rusticidad y la grosería”.
Galton, entrampado en su propia ley de regresión, trató de resolver el problema por dos vías complementarias. En primer lugar, considerando que era imposible que los individuos de las razas “inferiores” pudiesen progresar hasta el nivel de las superiores, dada la tendencia de los descendientes de regresar a la media propia de su raza. Lo que había que hacer era seleccionar las mejores características dentro de cada raza: Sería el reverso del perfeccionamiento hacer que todos sus miembros (de una nación) se asimilen a un tipo común […]. Estamos justificados si afirmamos categóricamente que las características naturales de cada raza humana admiten un gran margen de perfeccionamiento en muchas direcciones fáciles de especificar”. Esto implicaría, entre otras cosas, que en las clases altas y cultas había que seleccionar las dotes intelectuales. No otra cosa quiere expresar cuando afirma que “la sociedad sería muy aburrida si todos los hombres se parecieran a los muy estimables Marco Aurelio o a Adam Bede. El propósito de la eugenesia es representar a cada clase o secta por sus mejores especimenes”.
En segundo lugar, considerará que los caracteres cuantitativos (como el peso o la estatura) y los cualitativos (como la forma o constitución de un órgano, la presencia o ausencia de cierta peculiaridad) merecen tratamientos distintos ya que, en su opinión, no se comportan hereditariamente del mismo modo. Para los caracteres cualitativos o discontinuos formuló una ley hereditaria llamada “ley de la herencia ancestral”, distinta de las leyes mendelianas. Por el contrario, los que manifiestan una forma de variación continua se comportarían siguiendo la “ley de regresión a la media”, según la cual en cada generación los descendientes tenderían a aproximarse más que sus padres al valor medio de la generación parental.
Una consecuencia de esta distinta consideración que hace de los caracteres continuos y discontinuos es que únicamente éstos últimos tendrán importancia para la evolución, ya que en los primeros, debido al funcionamiento de la ley de regresión, no podrán ocurrir cambios continuos y permanentes. Galton expresa esta idea con una analogía de un poliedro que cuando se mueve únicamente podrá caer sobre una de sus caras, bien sobre la misma cara si el cambio es pequeño (regresión a la media), bien sobre otra cara distinta, lo que llevaría a un cambio discontinuo no gradual. Por este motivo Galton defendió un modelo de evolución discontinuo o saltacionista, apartándose del gradualismo estricto de Darwin.
Esta toma de partido de Galton a favor de una evolución discontinua le enfrentará con los miembros de la escuela biométrica, especialmente Pearson y Weldon, que él había contribuido a fundar. Para éstos, los únicos caracteres que presentaban interés desde el punto de vista de la evolución eran los que variaban de forma continua, los llamados caracteres cuantitativos, que Darwin había tomado como materia prima para la acción de la selección natural. Además, los biométricos negaban que los genes tuvieran existencia como unidades separadas. Los métodos que empleaban en el estudio de la herencia de los caracteres continuos eran los métodos estadísticos, de los que Galton había sido el iniciador, y que darían lugar con el tiempo a una nueva rama de la genética conocida como Genética cuantitativa.
Los miembros de la escuela biométrica mantuvieron una intensa polémica con Bateson, representante de la escuela mendeliana inglesa, a propósito de la naturaleza de la variación hereditaria. Esta polémica se desarrolló a lo largo de la década de 1890 y arreció a partir de 1900, con el descubrimiento de los trabajos de Mendel. Bateson y los mendelianos consideraban que los caracteres que variaban de forma continua no estaban determinados genéticamente y por lo tanto no se heredaban. La existencia de variación para este tipo de caracteres la achacaban a los efectos del ambiente. Las variaciones discontinuas, tales como los famosos guisantes lisos y rugosos, o verdes y amarillos, que Mendel utilizó en sus experimentos, sí estaban producidos por genes.
Por lo que respecta a las concepciones hereditaristas que sirvieron de base teórica a la eugenesia, las posiciones de las dos escuelas no eran sustancialmente distintas. En este sentido, Bateson afirmaba en 1887 que “la herencia atribuía cualidades desiguales a cada persona y que los gobiernos deberían tener en cuenta este hecho”.
La concepción de un tipo ideal reaparecerá, bajo una nueva forma, ya en la mitad del siglo XX, de la mano de eugenistas como H. Muller, y tiene una indudable importancia en las discusiones modernas sobre eugenesia.

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1.6. Galton y las mujeres

Pasemos ahora a algunas consideraciones de Galton acerca de las mujeres. Después de lo que hemos visto sobre las razas, no debería sorprendernos que su opinión sobre las mujeres fuera marcadamente negativa y, en cualquier caso, muy inferior a la que tenía sobre los hombres. Esta infravaloración, cargada de prejuicios, la refiere a múltiples cualidades: “Como regla, he encontrado que los hombres tienen unos poderes de discriminación más finos que los de las mujeres, como la propia experiencia de todos los días parece confirmar […]. Las mujeres distinguen muy raramente los méritos del vino en la mesa, y aunque la costumbre permite que presidan la mesa del desayuno, los hombres piensan que no tienen demasiado éxito a la hora de preparar el té o el café”.
Cuando hace referencia a las características del carácter que él cree propias de las mujeres utiliza valoraciones semejantes a las usadas al referirse a los negros, tratando de sustentarlas en los efectos de la selección natural (o sexual):

"Una notable peculiaridad del carácter de la mujer es que es caprichosa y coqueta y es menos sincera que el hombre. Sucede lo mismo con la hembra de cualquier animal en la época del apareamiento, y caben pocas dudas sobre el origen de la peculiaridad […].
La disposición cambiante de las hembras en cuestiones de amor es tan evidente en las mariposas como en el hombre, y debe haber sido favorecida de forma continua desde los primeros estadios de la evolución animal hasta el presente […]. Coquetería y capricho se han convertido, en consecuencia, en una herencia del sexo, juntamente con una cohorte de cómplices debilidades y mezquinos engaños que los hombres han llegado a considerar como aspectos venales, pero también amables de las mujeres que no podrían, sin embargo, tolerar en sí mismos”. Francis Galton


De acuerdo con estos puntos de vista, y también en consonancia con los prejuicios sociales de la época que Galton compartía ampliamente, para sus fines eugenésicos seleccionará entre las mujeres características tales como gracias, belleza, salud, buen carácter, habilidad doméstica, etc., y sólo en un segundo plano se refiere a valores intelectuales. De hecho, dado que en aquella época la presencia de mujeres en puestos destacados del mundo de la política, de la judicatura o de otras profesiones consideradas ilustres era prácticamente nulo, estarán completamente ausentes de sus listas de personajes eminentes. Únicamente tendrá en cuenta la contribución de la mujer a la herencia del talento desde un punto de vista negativo, al considerar que las cualidades de éstas pueden neutralizar en los hijos las dotes extraordinarias de los padres varones:

"Es un hecho que no puede negarse, pero tampoco darle demasiada importancia, el que los hijos de hombres de genio tienen frecuentemente un talento mediocre. Las cualidades de cada individuo se deben a la influencia combinada de sus dos padres; y las cualidades extraordinarias de uno pueden haber sido neutralizadas, en la descendencia, por las cualidades opuestas o defectuosas del otro”. Francis Galton

«Todos los débiles mentales son, al menos en potencia, criminales potenciales. Que cualquier mujer débil mental es una prostituta potencial es algo que nadie discutiría. El sentido moral, al igual que el sentido para los negocios, el sentido social o cualquier otro proceso de pensamiento elevado, es una función de la inteligencia». Francis Galton

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