1.1. Biografía de Galton

Francis Galton nació el 16 de febrero de 1822, casi el mismo día que su primo Charles Darwin, trece años mayor. Aunque no es tan conocido como su primo, su influencia no ha sido menos sustancial. Si su nombre puede haber caído en el olvido, no lo han hecho sus contribuciones a la Cultura de la Muerte, porque Galton fue el responsable, en buena medida, de la aplicación de los argumentos evolutivos de Darwin con respecto a la selección natural a la procreación mejorada de los seres humanos. Galton denominó “eugenesia” a esta nueva ciencia de la procreación humana. Al acuñar el término, buscaba

“(…) una palabra breve que expresase la ciencia de la mejora de la raza, lo cual en modo alguno se reduce a lo relativo al apareamiento realizado de forma racional, sino que, especialmente en el caso del hombre, toma en consideración todas las influencias que tienden, en cualquier grado, por muy remoto que sea, a dar a las mejores razas o sangres más oportunidades de prevalecer sobre las menos aptas”.

El mismo Galton era lo que los ingleses llaman una persona wellbred, “de buena crianza” (el significado de este término en inglés es prácticamente sinónimo del término “eugenesia”, acuñado por Galton a partir del griego eu-genes, “bien nacido”). Entre sus antepasados había médicos, científicos y comerciantes destacados, y la fortuna de su padre, Samuel Galton, le proporcionó un modo de vida aristocrático, lejos de cualquier obligación que no quisiese asumir voluntariamente.
“El pequeño Frank”, como le llamaban cariñosamente en familia, manifestó desde edad muy temprana signos de su futura brillantez. A los dos años y medio era capaz de leer libros sencillos; a los cinco sabía recitar las poesías de sir Walter Scout; y a los seis conocía en profundidad la Iliada y la Odisea, si es que no se las sabía de memoria. Años después, Galton consideraría esa precocidad intelectual, la suya y la de otros, como una marca reveladora de una herencia genética excelente. Sin embargo, es digno de consideración que se mostró en cierto modo reticente a considerar como un factor para esa excelencia las muchas horas de clases particulares que amorosamente le impartió su hermana mayor, Ádele (o “Delly”).
Pero por más que esos comienzos fuesen muy prometedores, Galton consiguió resultados mucho menos destacados cuando pasó a recibir su educación fuera del hogar paterno. Enseguida empezó a relacionarse con muchos otros jóvenes bachilleres ingleses que sólo a regañadientes estudiaban los clásicos, a fuerza de amenazas de sus profesores.
De forma similar a su primo Charles, Galton fue casi literalmente forzado a estudiar Medicina. Mientras que Darwin detestó profundamente la medicina y huyó literalmente de ella después de haber presenciado una operación, Galton perseveró en sus estudios durante unos pocos años, aunque pronto abandonó los rigores de la formación médica por lo splaceres de viajar. Se dejó ir durante unos años, pasando primero por Cambridge (1840-1844), para posteriormente, en 1845, viajar a lo largo del Nilo y a través de Tierra Santa, volviendo a casa dos años después para entregarse a una vida de placeres sin propósito ni objetivo alguno. Por decirlo de modo suave, hasta 1849 sus actividades no nos proporcionan indicación alguna que confirme que su distinguida herencia biológica fuese a llevarle a mucho más que a una vida dedicada a viajar, cazar y bailar.
Las crónicas del famoso explorador y misionero David Livingstone hicieron que prendiese en él un gran interés por hacer una expedición a África, que acabó realizando bajo los auspicios de la Royal Geographical Society. Su expedición a Namibia, en el sur de África, fue para Galton un éxito en todos los sentidos. Los rigores de la expedición, el ejercicio de la autoridad y el descubrimiento de su capacidad para el análisis detallado le transformaron, y pasó de ser una persona a la deriva a ser una de las mentes más brillantes de su época.
La Royal Geographical Society, que había acabado saturada de diarios de viaje que pretendían pasar por trabajos científicos a pesar de ser en realidad simples colecciones de anécdotas y cotilleos, se mostró entusiasmada al recibir las precisas mediciones geográficas que Galton había realizado de una tierra no explorada previamente, y le concedió su prestigiosa Medalla del Fundador. Fue el primero de los muchos honores que recibiría Galton en su vida; ahora su fama estaba asegurada.
Adquirió gran notoriedad científica antes de que surgiese en él el interés por las cuestiones relativas a la herencia. No sólo publicó con gran éxito una guía para exploradores, sino que siguió siendo un miembro destacado de la Royal Geographical Society. Además de eso, su interés por los patrones meteorológicos, despertado durante sus experiencias en Namibia, le llevó al descubrimiento del anticiclón, de modo que pronto se convirtió en uno de los fundadores de la meteorología, contribuyendo a la forja de la ciencia de la predicción del tiempo atmosférico.
Miembro de muy diversos organismos como la “Geographical Society” y casado con la hija de un hombre notable, consigue que se le considere entre los individuos activos del que entonces era el imperio inglés. Combina sus estudios estadísticos y los de medicina para elaborar tablas de la evolución de las “buenas familias inglesas” (derivadas siempre de los mejores de las mejores universidades) e intenta hacer clasificaciones de “enfermos” o “criminales”, que era lo que le preocupaba dentro de lo que consideraba clases o estirpes inferiores.
Para justificar sus teorías realizó estudios biométricos en colegios e instituciones para averiguar, por ejemplo, las diferencias entre los escolares del campo y los de la ciudad, que pensaba estaban más “degradados”.
En 1904 fundó el Laboratorio Eugenésico de Londres. Allí desarrolló el concepto de «Eugénica nacional», definida «como el estudio de los medios que están bajo control social que pueden beneficiar o perjudicar las cualidades raciales de las generaciones futuras, tanto física como mentalmente». Fue secretario de la Asociación Británica para el Progreso de las Ciencias (1863-67), y dirigió a partir de 1901 la revista Biométrika.
Pensaba que si se fomentaba el matrimonio entre los mejores de cada clase y se concedían ayudas para que los mejores tuvieran hijos, se mejoraría la sociedad, ya que una de sus principales preocupaciones era que los matrimonios de clases inferiores tenían más hijos que los de clases más elevadas.
Además denuncia que las organizaciones caritativas, al asumir el cuidado de los pobres y de los enfermos (calificados como degenerados, inaptos e inferiores), impiden el funcionamiento de la “selección natural”. Se exageró entonces, enormemente el impacto de la transmisión de las “taras”, el “atavismo”, para justificar dos objetivos complementarios:
- Favorecer las razas llamadas superiores, eugenismo positivo.
- Hacer desaparecer las razas llamadas inferiores, eugenismo negativo.


«Este es precisamente el fin de la Eugénica. Su primer propósito es controlar el porcentaje de crecimiento de los 'Ineptos', en lugar de permitirles llegar a seres aun estando destinados a perecer prematuramente en gran número. El segundo propósito es la mejora de la raza favoreciendo la productividad de los 'Aptos' por medio de matrimonios tempranos y saludable crianza de los hijos»

Esta es una visión cientifista, exclusivamente materialista, donde el hombre es sólo un engranaje de un mecanismo más grande, y la sociedad o el Estado, pretende “mejorar” la raza humana hasta generar el “superhombre”. La eugenesia nació en la época en que la ciencia triunfante revolucionaba al mundo de la técnica. En el materialismo existía una gran tentación de utilizar al hombre como un material o animal, al que se puede mejorar por medio de cruzas y una selección “científica”. La sociedad debe tratar a quienes considere víctimas de taras, “disgénicos”, inferiores, inadaptados, mal desarrollados, como a miembros gangrenados y amputarlos por razones de higiene social, sin tener en cuenta las prohibiciones de una moral “burguesa” derivada de la “superstición judeocristiana”. La relación con el médico o el biólogo se transforma entonces en una relación que involucra a tres partes: el Estado, el médico y el enfermo.
Es realmente después de la muerte de Galton cuando se difunden con más fuerza las ideas eugenésicas, hasta los años treinta y cuarenta, dependiendo de los países, ya que después del nazismo se deja de hablar de eugenesia. Las leyes del 33 establecieron de una forma salvaje las prácticas eugenésicas. No sólo exterminando personas, sino también haciendo experimentos de crianza, seleccionando mujeres para soldados o “ejemplares masculinos” de la raza aria.
Francis Galton, cuya actividad científica es poco conocida en nuestros días, nació el 16 de febrero de 1822 en las afueras de Birmingahn. Su prolongada vida – muere en 1911, un mes antes de cumplir los ochenta y nueve años de edad – coincide en su mayor parte con el reinado de Victoria, reina que dio nombre a un periodo de la historia inglesa y también a unas formas culturales y de comportamiento que se desarrollaron durante su mandato (1837-1901). Galton es un personaje muy característico de ese período, muy “victoriano”, tanto por su biografía como por su forma de hacer ciencia. Hablaremos de ambos aspectos, porque pensamos que su historia personal es fundamental para comprender su manera de desarrollar la actividad científica y también para comprender por qué la eugenesia, una teoría social, fue el leitmotiv de todos sus estudios sobre la herencia, la antropología y la estadística. Eugenesia y cuantificación, eugenesia y estadística fueron el objetivo y la técnica que condicionaron toda su actividad científica a partir, podríamos decir, de la aparición del Origen de las especies de Charles Darwin, en 1859.
Galton, como hemos dicho, nació en Birminghamen el seno de una familia de tradición cuáquera (secta puritana que se originó en el siglo XVII), aunque convertida desde hacía unos años a la iglesia de Inglaterra. Su ascendencia era importante desde el punto de visto científico, pues era nieto, por parte de madre, de Erasmus Darwin (1731-1802) – primo, por lo tanto de Charles Darwin – y de Samuel Galton (1753-1832) por la rama paterna. Samuel Galton era también miembro, como Erasmus, de la famosa Sociedad Lunar de Birmingham, y un estudioso de los fenómenos visuales, gran amigo, además, de Priestley, James Watt y Josiah Wedgwood. Francis Galton fue considerado, desde muy pequeño como un ser especialmente dotado para el estudio. Tenía, por otra parte, el nivel económico correspondiente a un hijo de próspero banquero, que, como era característico de la época, quería que sus hijos se integraran en esa “clase media” inglesa que se abría ahora a negociantes y grandes comerciantes, pero también a profesionales, sobre todo a médicos y abogados. Francis, niño precoz que a los cinco años leía de corrido no sólo en inglés sino incluso en latín, debía ser médico. Pasó el chico por varios colegios, y estando en el King Edward´s School de Birmingham se quejó ya de que su enseñanza seguía siendo de muchas letras y de poca “sólida ciencia”. Contaba entonces con catorce años. Al año siguiente, su padre, que le preparaba una muy completa enseñanza de la medicina, hace que acompañe al médico de la familia en sus visitas domiciliarías y que, durante las vacaciones, recorra diversos hospitales de Francia y Alemania acompañado por dos avanzados estudiantes de medicina, uno de ellos el que sería famoso oftalmólogo William Bowman. Posteriormente pasará Galton al Hospital General de Birmingham, donde desarrolló una gran actividad práctica, estudiando además alemán y matemáticas. Quizá fue donde descubrió que la medicina no era su vocación y que, por el contrario, las matemáticas le gustaban especialmente. Le aparecen, posiblemente debido al gran esfuerzo que realiza y a la tensión, sus primeros problemas de salud, grandes dolores de cabeza. En 1839 marchará a estudiar medicina en el King´s Collage de Londres, donde tendrá eminentes profesores; Richard Bentley Todd en fisiología, Partridge en anatomía y Daniell en química. Pero Galton tienen ya la idea de estudiar matemáticas, y con la ayuda de su primo Darwin consigue que su padre admita que, estudiar matemáticas en Cambridge, sería una positiva ayuda para un médico moderno que quisiera luego utilizar las técnicas más avanzadas. En 1840 ingresará en el Trinity Collage de Cambridge, y después de dos años de intentos ve fracasar su deseo de ser un primera línea en matemáticas, por lo que sufre una profunda depresión. Completará entonces unos estudios que le permitirán obtener su graduación de bachelor of arts en 1844, un bachillerato corriente, y volverá a sus estudios de medicina. Pero ese mismo año de 1844 muere su padre, viéndose liberado entonces de su compromiso de estudiar medicina. Hereda, además, una respetable fortuna que le permitirá ser un verdadero gentleman, una persona que no necesita trabajar para vivir y puede dedicarse a la afición que más le guste. Sólo le faltaba a nuestro personaje elegir una afición, pero afición que él quería que le sirviese también para obtener una posición en el mundo de la ciencia, ambición que había manifestado desde pequeño. Sus intentos hasta ese momento habían fracasado, y sobre todo el deseo de pertenecer al ambiente que más le había deslumbrado, no sólo por la sabiduría que él consideraba allí se encerraba, sino por los grandes apellidos que se reunían entre sus paredes: el mundo de Cambridge. Dirá repetidamente, a todo lo largo de su vida, que Cambridge fue la inspiración que le llevó a considerar la importancia del parentesco en las personas ilustres y, por lo tanto, la importancia de la herencia en la transmisión de facultades intelectuales. Varios años le llevó a Francis encontrar una vía por donde penetrar en ese mundo del conocimiento al que ambicionaba pertenecer. Desde 1844 hasta 1849 poco se sabe de sus andanzas – su familia destruyó la correspondencia – pero sí se conoce un viaje a Egipto y Cercano Oriente, en el cual descubre y admira la religión mahometana, así como las posibilidades de explorar y descubrir nuevos territorios. Esto le hace entrever un conducto para encauzar su actividad, que plasmará por fin entre 1850 y 1852, la de ser un explorador. Recomendado por sus primos Charles Darwin y Douglas Galton presenta un proyecto de expedición ante la Royal Geographical Society, sociedad geográfica que le patrocinará, aunque la financiación correrá totalmente por cuenta del expedicionario. Su viaje por la zona oeste de África, entre Sudáfrica y Angola, recorriendo las tierras de los Damaras y los Ocampo, expedición en la que se preocupará casi exclusivamente de tomar datos cartográficos, le hará merecedor del ingreso en la sociedad geográfica y, poco después, de su medalla de oro. En 1853 publicará el relato de su aventura con el nombre de La narración de un explorador en la Sudáfrica tropical, obra que tuvo bastante éxito. Francis Galton había encontrado su camino para penetrar en el mundo de la ciencia y el intelecto. A partir de este momento su integración en la middle-class y el mundo institucional de la ciencia fue rápida. Su matrimonio con Louisa Butler favoreció esta circunstancia, ya que la familia de su mujer pertenecía al mundo académico de Cambirdge y a esa clase media que hemos mencionado. En 1854 Galton fue nombrado integrante del Consejo de la Real Sociedad Geográfica antes mencionada, y en la que llegó a ser secretario honorario y vicepresidente; en 1856 es aceptado en el club más prestigioso del momento, el athenaeum Club de Londres, en el cual podía reunirse con Herbert Spencer, sir John Lubbock, Thomas Huxley o Joseph Hooker. En 1860 ingresa como fellow de la Royal Society, sea, miembro de la más importante sociedad científica del momento, la Real Sociedad. Además es nombrado miembro del Comité para la Dirección del observatorio Kew. Su labor en la Real Sociedad Geográfica fue amplia e intensa. Participó en la preparación de viajes y expediciones tan importantes para el Imperio como las de la búsqueda de las fuentes del Nilo y su posterior exploración. Por otra parte, desarrollo técnicas de cuantificación y representación gráfica, haciendo mapas del tiempo cargados de abundante información. Fue él, además, quien dio nombre a los anticiclones, describiéndolos como fenómeno opuesto al ciclón. Su ingenio y habilidad con todo tipo de aparatos hizo que también fuera muy valiosa su labor en el Observatorio Kew, donde se calibraban y controlaban los aparatos de medida que se utilizaban en astronomía y geografía.
Pero a pesar de seguir un camino aparentemente prometedor, una serie de sucesos harán que durante la década de los años sesenta sufra Galton la crisis nerviosa más prolongada y dura de su vida, de la que saldrá, según sus propias palabras, gracias a El origen de las especies, a la teoría evolutiva que se comienza a discutir ardientemente, existiendo un gran enfrentamiento con la Iglesia. De la crisis, y de su encuentro con la teoría de la evolución por selección natural, obtendrá el empuje y la inspiración para elaborar su propia doctrina, la que sería ya para siempre motor de todas sus actividades, la doctrina, la ciencia del estudio de los mecanismo para lograr, favoreciendo la evolución natural, el perfeccionamiento de la raza humana: la eugenesia. Los sucesos que contribuyeron a esa crisis nerviosa parecen haber sido, por un lado, problemas profesionales, entre los que pueden incluirse enfrentamientos con sus compañeros de la Sociedad Geográfica, el poco interés que encontró ante sus esfuerzos para hacer predicciones del tiempo muy completas y, en general, ante sus trabajos meteorológicos, y el fracaso y dura crítica que recibió su guía de viajes de Suiza, que había publicado en esos años. Por otro lado, existían problemas personales. Galton no tenía hijos, y a esas alturas era claro que no iba a tenerlos ya, y probablemente sospechaba que la razón estaba en sí mismo. En su viaje al Cercano Oriente parece haber sufrido alguna enfermedad, que además él sentiría como pecaminosa dada su tradición puritana y su obsesión por el pecado original, y es posible que se considerase estéril y culpable. Si el matrimonio era importante para él por conveniencias y por su función de procreación, su matrimonio era, en gran parte, un fracaso. Otra vez el camino parecía oscurecerse ante él. La publicación de “El origen de las especies”, y toda la polémica originada a su alrededor, y la importancia que la Naturaleza – con mayúscula – y sus leyes adquirían como condicionantes, no sólo de la evolución de animales, plantas y hombres, sino como regidoras de la evolución social – ideas ya expresadas por Spencer – parece que le liberaron de sus sentimientos de pecado y culpa, y le ofrecieron la posibilidad de elaborar una teoría social subordinada a lo que él entendía como selección natural. Una teoría así, que buscaba facilitar lo que él consideraba acción de la evolución, podría convertirse en una nueva religión, una religión científica y moderna. Porque religión era, moral, ética, normas de conducta para organizar la sociedad. Normas de control de la sociedad, en definitiva. En esencia, la eugenesia debería ser la ciencia que se preocupara de mejorar la raza humana. Para ello era necesario detectar a los seres mejor dotados física y mentalmente y favorecer sus matrimonios. Por otra parte había que detectar e identificar a todos aquellos que con sus taras pudieran contribuir al deterioro de la raza: enfermos, delincuentes, pobres endémicos, débiles mentales, para, por diferentes medios, evitar sus matrimonios y su reproducción. Esta será la eterna preocupación de Galton. Poder identificar con claridad los distintos tipos de seres y controlar su reproducción, para, por ese medio, perfeccionar la raza humana.
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La selección artificial de seres humanos fue sugerida desde muy antiguo, al menos desde Platón, quien creía que la reproducción humana debía ser controlada por el gobierno. Platón registró estos puntos de vista en La República: «que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible y los peores con las peores al contrario». Platón proponía que el proceso se ocultase al público mediante una especie de lotería. Otros ejemplos antiguos incluyen la supuesta práctica de las polis de Esparta de abandonar a los bebés débiles fuera de los límites de la ciudad para que murieran. Sin embargo, dejaban a todos los bebés fuera durante un periodo de tiempo, considerándose más fuertes a los supervivientes, mientras muchos bebés supuestamente más débiles fallecían.
Durante los años 1860 y 1870, Sir Francis Galton sistematizó estas ideas y costumbres de acuerdo al nuevo conocimiento sobre la evolución del hombre y los animales provisto por la teoría de su primo Charles Darwin. Tras leer El origen de las especies de éste, Galton observó una interpretación de la obra de Darwin a través de la cual los mecanismos de la selección natural eran potencialmente frustrados por la civilización humana. Galton razonó que, dado que muchas sociedades humanas buscaban proteger a los desfavorecidos y los débiles, dichas sociedades estaban reñidas con la selección natural responsable de la extinción de los más débiles. Sólo cambiando estas políticas sociales, pensó Galton, podría la sociedad ser salvada de una «reversión hacia la mediocridad», un frase que acuñó primero en estadística y que más tarde cambio a la hoy frecuente «regresión hacia la media».
Galton esbozó por vez primera su teoría en el artículo de 1865 «Talento y personalidad hereditarios» (Hereditary Talent and Character), explicándola luego más detalladamente en su libro de 1869 El genio hereditario. Galton comenzó estudiando la forma en la que los rasgos humanos intelectuales, morales y de personalidad tendían a presentarse en las familias. Su argumento básico era que el «genio» y el «talento» eran rasgos hereditarios en los humanos (aunque ni él ni Darwin tenían aún un modelo de trabajo para este tipo de herencia). Galton concluyó que, puesto que puede usarse la selección artificial para exagerar rasgos en otros animales, podían esperarse resultados similares al aplicar estas prácticas en humanos. Como escribió en la introducción de El genio hereditario:
Me propongo mostrar en este libro que las habilidades naturales del hombre se derivan de la herencia, bajo exactamente las mismas limitaciones en que lo son las características físicas de todo el mundo orgánico. Consecuentemente, como es fácil a pesar de estas limitaciones lograr mediante la cuidadosa selección una raza permanente de perros o caballos dotada de especiales facultades para correr o hacer cualquier otra cosa, de la misma forma sería bastante factible producir una raza de hombre altamente dotada mediante matrimonios sensatos durante varias generaciones consecutivas. — Galton, El genio hereditario.
Según Galton, la sociedad ya fomentaba las enfermedades disgenéticas, afirmando que los menos inteligentes se reproducían más que los más inteligentes. Galton no propuso sistema de selección alguno, sino que esperaba que se hallaría una solución cambiando las buenas costumbres sociales de forma que animasen a la gente a ver la importancia de la reproducción.
Galton usó por primera vez la palabra eugenesia en su libro de 1883 Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo (Inquiries into Human Faculty and Its Development), en el que quiso «mencionar los diversos tópicos más o menos relacionados con el cultivo de la raza o, como podríamos llamarlo, con las cuestiones “eugenésicas”». Incluyó una nota a pie para la palabra que rezaba:
Esto es, con cuestiones relacionadas con lo que se denomina en griego eugenia, a saber, de buen linaje, dotado hereditariamente de cualidades nobles. Esta y las palabras relacionadas (eugénico, etcétera) son igualmente aplicables a hombres, bestias y plantas. Deseamos enormemente un palabra breve para aludir a la ciencia de la mejora del linaje, que en modo alguno se limita a las cuestiones de emparejamientos sensatos, sino que, especialmente en el caso del hombre, toma conciencia de todas las influencias que tienden a dar aunque sea en remoto grado a las razas o variedades más aptas una mejor oportunidad de prevalecer más rápidamente sobre los menos aptos de lo que de otra forma habría hecho. La palabra eugenesia expresaría suficientemente esta idea, siendo como mínimo una palabra más efectiva que viricultura, que una vez me aventuré a usar. — Francis Galton, Inquiries into human faculty and its development (Londres, Macmillan, 1883), pág. 17, nota 1
En 1904 Galton aclaró su definición de eugenesia como «la ciencia que trata sobre todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza, y también con aquellas que las desarrollan hasta la mayor ventaja.»
La formulación de Galton de la eugenesia estaba basada en un fuerte enfoque estadístico, fuertemente influenciado por la «física social» de Adolphe Quetelet. Sin embargo, a diferencia de éste Galton no exaltaba al «hombre medio» sino que lo despreciaba por mediocre. Galton y su heredero estadístico Karl Pearson desarrollaron lo que se llamó el enfoque biométrico de la eugenesia, que desarrolló nuevos y complejos modelos estadísticos (más tarde exportados a campos completamente diferentes) para describir la herencia de los rasgos. Sin embargo, con el redescubrimiento de las leyes de la herencia de Gregor Mendel, surgieron dos bandos separados de defensores de la eugenesia. Uno estaba formado por estadísticos y otro por biólogos. Los primeros creían que los segundos tenían modelos matemáticos excepcionalmente primitivos, mientras los biólogos creían que los estadísticos sabían poco sobre biología.
La eugenesia terminó aludiendo a la reproducción humana selectiva como intento de obtener niños con rasgos deseables, generalmente mediante el enfoque de influir sobre las tasas de natalidad diferenciales. Estas políticas se clasificaban en su mayoría en dos categorías: eugenesia positiva, la mayor reproducción de los que se consideraba que contaban con rasgos hereditarios ventajosos, y la eugenesia negativa, la disuasión de la reproducción de los que tenían rasgos hereditarios considerados malos. En el pasado, las políticas eugenésicas negativas han ido de intentos de segregación a esterilizaciones e incluso genocidio. Las políticas eugenésicas positivas han tomado típicamente la forma de premios o bonificaciones para los padres «aptos» que tenían otro hijo. Prácticas relativamente inocuas como la orientación matrimonial tenían vínculos primitivos con la ideología eugenésica.
La eugenesia era diferente de lo que más tarde se conocería como darwinismo social. Aunque ambos sostenían que la inteligencia era hereditaria, la eugenesia afirmaba que eran necesarias nuevas políticas para cambiar activamente el statu quo hacia un estado más «eugenésico», mientras los darwinistas argumentaban que la propia sociedad «advertiría» naturalmente el problema de la «disgenesia» si no se ponían en práctica políticas de bienestar social (por ejemplo, los pobres podrían reproducirse más pero tendrían tasas de mortalidad más elevada).

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