1.4. Galton y el racismo

"... así como es fácil, a pesar de ciertas limitaciones, obtener por selección cuidadosa razas estables de perros o caballos dotados con facultades especiales para la carrera o para hacer cualquier otra cosa, así de factible debería ser producir una raza de hombres altamente dotada por medio de bodas sensatas a lo largo de varias generaciones consecutivas."

Un aspecto muy importante del pensamiento de Galton es su concepción de raza. Siguiendo una costumbre usual en esa época, utiliza la noción de raza dándole significados distintos. Una primera acepción es la que llamaríamos idea clásica o tradicional de raza. Para Galton indudablemente existían razas superiores e inferiores que poseían atributos no sólo físicos sino también intelectuales, morales e incluso sociales propios y característicos, determinados por su distinta naturaleza biológica, y transmitibles hereditariamente. Así dirá que “las naturaleza de los indios americanos parece contener el mínimo de cualidades sociales y afectivas compatible con la continuidad de su raza”. Consideramos que en esta época se estaba produciendo el exterminio de las comunidades indias de Norteamérica, esta observación parece una justificación, basada en la propia naturaleza biológica de las víctimas, del genocidio que estaban sufriendo.
Abundando en las características que considera distintivas de las distintas razas dirá:

“El hombre rojo tiene gran paciencia, gran reserva, gran dignidad y nada de pasión; el negro tiene fuertes e impulsivas pasiones y nada de paciencia, ni reserva ni dignidad. Es afectuoso, cariñoso con los hijos de sus amos y, a la recíproca, es idolatrado por los niños. Es eminentemente gregario, por lo que está siempre parloteando, peleando, dándole al tam-tam o bailando”.

Estas características distintivas están jerarquizadas, es decir, son de distinta calidad según las razas. Colocará a la raza blanca (sobre todo inglesa) en el extremo superior de esta jerarquía y a la negra en el último escalón, claramente por debajo de los indios americanos, en una situación propia de la barbarie, extrañándose de que no haya desaparecido totalmente al contacto con la civilización. “Aunque la mayoría de las razas bárbaras desaparecieron, algunas, como la negra, no”.
Además, poco puede hacer la educación para modificar los caracteres propios de cada raza. Los rasgos de cada raza, inscritos en su propia naturaleza, afloran tarde o temprano en los individuos determinando su carácter:

“La más notable cualidad que las exigencias de la civilización ha engrendrado hasta ahora entre nosotros, viviendo como lo hacemos en un clima riguroso y firme. Esto sólo lo poseen las razas civilizadas, y lo poseen en un grado mucho mayor los individuos más débiles de éstas, que los más fuertes y sanos salvajes […]
Es innata en los salvajes una inquietud turbulenta e indomable. Yo he recogido numerosos ejemplos en que niños de una raza inferior han sido separados a una temprana edad de sus padres y educados como parte de una familia bien establecida, completamente aparte de su propia gente. Sin embargo, después de años de tener hábitos civilizados en un arranque de pasión o por algún anhelo de emigración como el de un pájaro, han abandonado su hogar, han tirado sus ropas y buscado en la maleza a sus compañeros, entre los cuales han sido posteriormente encontrados viviendo en complacido barbarismo, sin ningún vestigio de su delicada educación”.


Otra acepción de raza empleada es la referida a poblaciones de distintos territorios, nacionales o no. Así, empleará el término de raza para referirse genéricamente a los ingleses, escoceses o irlandeses. Aunque en este caso la jerarquía de razas está más matizada, no está completamente ausente, ya que él considera a la raza inglesa como la que está en la cima de la pirámide evolutiva. De cualquier modo, estas razas, digamos nacionales, también poseen características hereditarias inscritas en su naturaleza biológica:

“Existe tanta variedad entre los franceses como entre los ingleses, ya que no han pasado tantas generaciones desde que Francia ha dejado de estar dividida en reinos completamente independientes. Entre esas razas peculiares están las de Normandía, Bretaña, Alsacia, Provenza, Bearne, Auvernia – cada una con sus características especiales”.

Una tercera acepción de raza es la usada como sinónimo de casta o clase social hereditaria. Aquí también aparece una fuerte jerarquía. Hay razas (clases) ilustradas, cultas y más evolucionadas y razas (Clases) depauperadas, embrutecidas y menos evolucionadas. Estas diferencias, como en los casos anteriores, no están determinadas por una desigual distribución de la riqueza y están determinadas por una desigual distribución de la riqueza y una injusta estratificación social. Son fruto, para Galton, de la distinta naturaleza biológica de las clases. Este significado del concepto de raza está presente en al definición que de eugenesia dio en una conferencia celebrada el 16 de mayo de 1904:

“La eugenesia es la ciencia que trata de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza; también trata de aquellas que la pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad […]. El propósito de la eugenesia es reunir tantas influencias como puedan ser razonablemente empleadas para hacer que las clases útiles de la comunidad contribuyan, más de lo que ahora corresponde por su proporción, a formar la próxima generación”.

Como se puede observar, primero se refiere a las cualidades innatas de las razas, para a continuación asimilar éstas a las clases sociales de la comunidad que se perpetúan hereditariamente.
Una última acepción del término se refiere a la humanidad en su conjunto, asimilando raza a especie biológica. Ésta es la que está presente cuando afirma que “en la rápidamente cambiante raza humana, hay elementos, algunos ancestrales y otros resultado de la degeneración, que son de pequeño o ningún valor o que son claramente perjudiciales”, o cuando define lo que considera uno de los objetivos de la eugenesia: “consiste en el esfuerzo por favorecer la evolución, especialmente la de la raza humana”.
Las opiniones de Galton sobre las razas pueden parecer a nuestros ojos de un extremado racismo, y de hecho lo son. Sin embargo, eran ideas muy comunes en la sociedad de su tiempo, incluso en personas que por otros conceptos calificaríamos de progresistas. El mismo Darwin las compartía en buena medida.
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Leyendo estas palabras, resulta evidente que Galton creía que mejorar verdaderamente la raza humana significaba no sólo el mejoramiento de los individuos de una raza, también, y lo que es más importante, el triunfo biológico de las razas superiores sobre las inferiores. Las capacidades características de cada raza, recordaba Galton al lector, derivan de “las condiciones bajo las cuales ha vivido, y son debidas a la operación de la ley de la selección natural de Darwin”. Cada raza, por tanto, puede ser clasificada en función del nivel al que haya conseguido ascender dentro de la escala evolutiva.
Basándose en su experiencia en África, Galton comenzaba “comparando los méritos de las diferentes razas”, comparando “la raza negra con la anglosajona en función solamente de las cualidades que hacen posible el surgimiento de jueces, estadistas, militares de alta graduación, hombres de literatura y ciencia, poetas y artistas”. Resumiendo, “la raza negra” no sale precisamente bien parada en esta comparación. Si bien son capaces de alcanzar ciertas posiciones de moderada eminencia en el comercio, “el número entre los negros de los que deberíamos llamar hombres de escasa inteligencia es muy elevado”. De hecho, los “errores en que los negros incurrían en sus asuntos”, y que Galton había presenciado en África, “eran tan infantiles, tan estúpidos y tan simples, que con frecuencia me hicieron avergonzarme de mi propia especie”. “El aborigen australiano”, añadía Galton, “está al menos un grado por debajo del negro africano”.
Esto no equivale a decir que la raza anglosajona haya sido la más grande; más bien, “la más capaz de la cual se tiene recuerdo histórico es, sin lugar a dudas, los antiguos griegos”, una raza que decayó debido a que procreó de forma descuidada. Si hubiesen seguido los consejos de galton y hubiesen desplazado a otras poblaciones mediante una procreación entusiasta pero racionalmente dirigida, con total seguridad los griegos “habrían conseguido resultados beneficiosos para toda la civilización humana, hasta un grado que va más allá de lo que podamos imaginar”.
Esas imaginaciones movían a Galton a afirmar: “Si pudiésemos elevar el nivel medio de nuestra raza solamente en un grado (una unidad que para Galton sería la medida de los niveles de genio), ¡qué cambios tan enormes se producirían!”. Esto no era para Galton solamente una vaga aspiración, sino una cuestión de acuciante y práctica urgencia. “Para el bienestar de las generaciones futuras, es absolutamente esencial elevar los niveles medios de capacidad de los hombres actuales”, porque la evolución estaba imponiendo exigencias que no podían ser atendidas por la civilización moderna, incluso en el caso de los ingleses. “Las necesidades de la centralización, de la comunicación y de la cultura exigen más inteligencia y más potencia mental que la media que posee nuestra raza (…) Nuestra raza está sobrecargada, y todo indica que acabará cayendo en la degeneración por mor de exigencias que van más allá de sus capacidades”. Las exigencias de la moderna civilización eran especialmente incompatibles con los “hábitos bohemios” de nuestros antepasados en la cadena evolutiva, los cuales, por desgracia, aún estarían presentes en demasiados rasgos de los hombres de Occidente. Afortunadamente, “del mismo modo que esa tendencia bohemia de la naturaleza de nuestra raza estaba destinada a perecer, cuanto antes lo haga mejor será para la humanidad”. Anticipándose así a Hitler, en su primer artículo sobre eugenesia del Macmillan´s Magazine Galton ponía como ejemplo especialmente desagradable de las disfunciones provocadas por “los hombres que nacen con tendencias innatas salvajes o anormales (…) extrañas al espíritu civilizado (…) los numerosos casos en Inglaterra donde la naturaleza indómita de los mestizos gitanos se afirma a sí mismo con fuerza irresistible”.
Sin embargo, “mucho más ajena al genio de una civilización ilustrada que los hábitos nómadas” de los gitanos “es la naturaleza incontrolada e impulsiva del salvaje”. Más que ninguna otra, las razas salvajes “no han conseguido mantener el ritmo del desarrollo de nuestra civilización moral”. Pero incluso las razas más desarrolladas “conforme a la ley de la selección natural de Darwin” se están quedando atrás.
Ante esta situación, Galton recomendaba, exactamente igual que lo había hecho Darwin, que “se actuase en profundidad sobre la capacidad natural media de una raza” a través de la regulación de la procreación. “Mi argumentación mostrará que la política más sabia es aquella que tenga como resultado retrasar la edad media del matrimonio entre los débiles y adelantarlo entre las clases más vigorosas”. En palabras más sencillas: las personas de alta cuna deberían procrear mucho más; las de baja estofa deberían procrear mucho menos, o nada en absoluto.
La “mejora de los dones naturales de las generaciones futuras de la raza humana se encuentra en buena parte, si bien indirectamente, bajo nuestro control”. Los “procesos de la evolución” si se desarrollan sin control, son ambiguos “porque algunos empujan hacia lo malo y otros hacia lo bueno. Lo que a nosotros corresponde es estar al acecho de las oportunidades de intervenir, poniendo coto a aquellos y dando vía libre a éstos”. Teniendo esto en mente, Galton tenía la esperanza de que pudiesen llevarse a cabo en el futuro trabajos de investigación “dirigidos a hacer una estimación de las posibilidades razonables de una futura acción política que elevase gradualmente el desgraciadamente bajo nivel actual de la raza humana, hasta llegar a un nivel en el que las utopías que sueñan los filántropos puedan convertirse en posibilidades reales”.

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