1.5. El tipo ideal

Un aspecto particularmente interesante de su concepción de raza, que hace extensible no solamente a las distintas acepciones de la misma sino también a otros grupos sociales distintos de las razas, es el de considerar que existe un tipo ideal o forma típica característica del grupo, alrededor del cual tienden a agruparse los individuos. Galton lo expresa muy claramente en su obra Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo:

“Un concepto esencial de raza consiste en que debe haber una forma ideal típica, a partir de la cual los individuos se desvían en todas las direcciones, pero alrededor de la cual tienden a agruparse. Hacia este tipo ideal es hacia donde puede mejorarse más fácilmente una raza, porque nada nuevo debe ser seleccionado. Sólo sería necesario facilitar, hasta donde fuera ello practicable, la reproducción de los que más se ajustan al tipo central y frenar, hasta donde sea posible, la reproducción de los que se desvían mucho de él”.

Esta idea de un tipo ideal era tan importante para Galton que se esforzó en buscar algún método experimental que permitiera estudiarlo. Para ello recurrió a la técnica de los retratos compuestos, ya comentada. “Difícilmente podría encontrarse un método más apropiado que éste de los retratos compuestos para descubrir el tipo fisionómico central de una raza o grupo”. En los retratos compuestos de criminales, por ejemplo, consideraba que “cuando se combinan desaparecen las peculiaridades individuales y lo que queda es la naturaleza común de un tipo humano inferior”.
Galton utiliza para el estudio estadístico de los rasgos físicos o mentales la “ley de la desviación de la media”, tomada de Quételet (que hoy conocemos como distribución normal o de Gauss), y hace corresponder el tipo ideal con el valor medio de la distribución. Dirá, por ejemplo, que “debe existir una capacidad mental, correspondiente a los habitantes de las islas Británicas, totalmente constante, y que las desviaciones de la media – hacia arriba o sea hacia el genio, o hacia abajo, hacia la estupidez – deben seguir la ley que gobierna las desviaciones de todas las medias verdaderas”. Dado que el valor medio, en una distribución normal, es también el que presenta una mayor frecuencia, Galton lo asociará a la idea de “mediocridad”:

“La escasez en la habilidad de dirigir y la gran abundancia de mediocridad no es accidente, sino que se sigue, por necesidad, de la real naturaleza de las cosas.
El significado de la palabra “mediocridad” admite pocas dudas. Define el estándar del poder intelectual encontrado en la mayoría de las recolecciones provinciales de datos”.


Como se ponía de manifiesto en la cita reproducida más arriba, Galton pensaba que en cada generación la progenie tiende a mostrar un valor medio, con respecto al carácter considerado, más próximo a la media de la población que el presentado por sus padres, lo que denominó “ley de regresión a la media”. Además, es hacia este valor medio – que, como dijimos, representa el tipo ideal – hacia donde resulta más fácil realizar una mejora mediante selección.
Detengámonos ahora en la “ley de regresión a la media”, que Galton dedujo de su estudio con guisantes. Hemos dicho que esta ley postula que para un determinado carácter, como la estatura, el valor medio de la progenie de una determinada familia está más próximo a la media de la población que el valor de sus padres. Imaginemos una población que tiene una estatura media de 1,75 metros. Una determinada pareja que tiene una estura media de 1,85 metros tendrá probablemente, según la ley de regresión, una progenie con una estatura media algo inferior a la suya y, en consecuencia, más próxima a la media de la población. Análogamente, si la estatura media de los padres fuera de 1,60 metros, los hijos tendrían una estatura media algo superior, que se acercaría más a la media de la población.
Decíamos también que es hacia el valor medio hacia donde resulta más fácil efectuar la selección de un carácter. Para galton esto era una consecuencia directa del funcionamiento de su ley:

“La ley de la Regresión se manifiesta con fuerza en contra de la transmisión hereditaria de todos los dones […]. Cuanto más abundantemente dotado por la naturaleza está el Padre, más raro será que tenga la buena fortuna de engendrar un hijo tan ricamente dotado como él mismo, y aún más raro que tenga un hijo más dotado que él. Pero la equitativa ley impone una sucesión con igual contribución de aspectos malos y buenos. Si por un lado desalienta las extravagantes esperanzas de un padre bien dotado que quiere que sus hijos hereden todas sus capacidades, no menos condena los extravagantes miedos de que hereden todas sus enfermedades y debilidades.
Debe comprender claramente que no hay nada en estas afirmaciones que invalide la doctrina general de que es mucho más probable que los hijos de una pareja bien dotada estén bien dotados, a que lo estén los de una pareja mediocre”.

Esta última aclaración resulta particularmente interesante porque con ella Galton trata de defenderse de una importante paradoja que aparece en sus planteamientos. Por un lado la media, o tipo ideal de una raza, es el valor que representa el estándar de “mediocridad” hacia el que inevitablemente tienden los individuos de generación en generación, aunque sus padres no sean mediocres. Pero, por otro lado, las propuestas eugenésicas de Galton se basan en que es posible, gracias a que las facultades físicas y mentales son hereditarias, seleccionar los mejores individuos para hacer que sus características superiores se propaguen en mayor proporción: “Si los hombres de talento se emparejan con mujeres de talento, con caracteres mentales y físicos como los de ellos, generación tras generación, podríamos producir una raza humana ilustre, con una tendencia no mayor que la que demuestran nuestras bien establecidas razas de caballos de carrera y perros de caza a volver a los poco valiosos tipos ancestrales”, lo que obviamente, resulta contradictorio con lo afirmado antes. La paradoja aparece porque su ley de la regresión tiende a anular los efectos de una posible selección mejorada, exigida por sus propuestas eugenésicas. Como señala Ian Hacking “Galton tenía un problema; pensaba que las cualidades excepcionales, morales, mentales o físicas producen en gran medida esas mismas cualidades, en tanto que al propio tiempo se da una inevitable reversión hacia la mediocridad, la rusticidad y la grosería”.
Galton, entrampado en su propia ley de regresión, trató de resolver el problema por dos vías complementarias. En primer lugar, considerando que era imposible que los individuos de las razas “inferiores” pudiesen progresar hasta el nivel de las superiores, dada la tendencia de los descendientes de regresar a la media propia de su raza. Lo que había que hacer era seleccionar las mejores características dentro de cada raza: Sería el reverso del perfeccionamiento hacer que todos sus miembros (de una nación) se asimilen a un tipo común […]. Estamos justificados si afirmamos categóricamente que las características naturales de cada raza humana admiten un gran margen de perfeccionamiento en muchas direcciones fáciles de especificar”. Esto implicaría, entre otras cosas, que en las clases altas y cultas había que seleccionar las dotes intelectuales. No otra cosa quiere expresar cuando afirma que “la sociedad sería muy aburrida si todos los hombres se parecieran a los muy estimables Marco Aurelio o a Adam Bede. El propósito de la eugenesia es representar a cada clase o secta por sus mejores especimenes”.
En segundo lugar, considerará que los caracteres cuantitativos (como el peso o la estatura) y los cualitativos (como la forma o constitución de un órgano, la presencia o ausencia de cierta peculiaridad) merecen tratamientos distintos ya que, en su opinión, no se comportan hereditariamente del mismo modo. Para los caracteres cualitativos o discontinuos formuló una ley hereditaria llamada “ley de la herencia ancestral”, distinta de las leyes mendelianas. Por el contrario, los que manifiestan una forma de variación continua se comportarían siguiendo la “ley de regresión a la media”, según la cual en cada generación los descendientes tenderían a aproximarse más que sus padres al valor medio de la generación parental.
Una consecuencia de esta distinta consideración que hace de los caracteres continuos y discontinuos es que únicamente éstos últimos tendrán importancia para la evolución, ya que en los primeros, debido al funcionamiento de la ley de regresión, no podrán ocurrir cambios continuos y permanentes. Galton expresa esta idea con una analogía de un poliedro que cuando se mueve únicamente podrá caer sobre una de sus caras, bien sobre la misma cara si el cambio es pequeño (regresión a la media), bien sobre otra cara distinta, lo que llevaría a un cambio discontinuo no gradual. Por este motivo Galton defendió un modelo de evolución discontinuo o saltacionista, apartándose del gradualismo estricto de Darwin.
Esta toma de partido de Galton a favor de una evolución discontinua le enfrentará con los miembros de la escuela biométrica, especialmente Pearson y Weldon, que él había contribuido a fundar. Para éstos, los únicos caracteres que presentaban interés desde el punto de vista de la evolución eran los que variaban de forma continua, los llamados caracteres cuantitativos, que Darwin había tomado como materia prima para la acción de la selección natural. Además, los biométricos negaban que los genes tuvieran existencia como unidades separadas. Los métodos que empleaban en el estudio de la herencia de los caracteres continuos eran los métodos estadísticos, de los que Galton había sido el iniciador, y que darían lugar con el tiempo a una nueva rama de la genética conocida como Genética cuantitativa.
Los miembros de la escuela biométrica mantuvieron una intensa polémica con Bateson, representante de la escuela mendeliana inglesa, a propósito de la naturaleza de la variación hereditaria. Esta polémica se desarrolló a lo largo de la década de 1890 y arreció a partir de 1900, con el descubrimiento de los trabajos de Mendel. Bateson y los mendelianos consideraban que los caracteres que variaban de forma continua no estaban determinados genéticamente y por lo tanto no se heredaban. La existencia de variación para este tipo de caracteres la achacaban a los efectos del ambiente. Las variaciones discontinuas, tales como los famosos guisantes lisos y rugosos, o verdes y amarillos, que Mendel utilizó en sus experimentos, sí estaban producidos por genes.
Por lo que respecta a las concepciones hereditaristas que sirvieron de base teórica a la eugenesia, las posiciones de las dos escuelas no eran sustancialmente distintas. En este sentido, Bateson afirmaba en 1887 que “la herencia atribuía cualidades desiguales a cada persona y que los gobiernos deberían tener en cuenta este hecho”.
La concepción de un tipo ideal reaparecerá, bajo una nueva forma, ya en la mitad del siglo XX, de la mano de eugenistas como H. Muller, y tiene una indudable importancia en las discusiones modernas sobre eugenesia.

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