1.8. La doctrina eugénica

Ya hemos comentado que la eugenesia constituyó el centro de las preocupaciones de Galton a lo largo de casi 50 años, siendo sus aportaciones científicas campos complementarios necesarios de la misma.
Al hablar de las razas hemos reproducido una de las definiciones que de eugenesia utilizó Galton. Ésta, como doctrina, no era más que el intento de mejorar las cualidades innatas de la raza favoreciendo la reproducción de los considerados mejor dotados e impidiendo la reproducción de los considerados mejor dotados e impidiendo la reproducción de los peor dotados. Galton asociaba la mejora de las razas y el progreso de la humanidad a la conservación y consolidación del imperio británico, lo que, dicho sea de paso, convertía a la eugenesia más en una propuesta de actuación política que en una disciplina pretendidamente científica.
Antes de pasar a comentar distintos aspectos relativos al contenido de la eugenesia, es interesante considerar la razón que llevó a preocuparse por la mejora de la raza. Ésta fue la creencia de que la población inglesa estaba degenerando: “La población global inglesa, o quizá debiera decir la parte urbana de ella, está de alguna manera deteriorándose”. Esta degeneración, en su opinión, estaba motivada por las condiciones que imponía la vida urbana, ya que dificultaba la acción de la selección natural y permitía que los individuos más débiles pudieran perpetuarse. Dirá al respecto, que “uno de los efectos de la civilización es que disminuye el rigor en la aplicación de la ley de la selección natural. Protege débiles vidas que hubieran perecido en tierras bárbaras”.
Por esto motivo, Galton afirmará insistentemente que uno de los objetivos fundamentales de la eugenesia es acelerar el papel de la selección natural:

“Mi objeto fundamental ha sido tomar nota de las diversas facultades hereditarias de los diferentes hombres y de las grandes diferencias entre las grandes familias y razas, para comprender hasta dónde la historia puede haber demostrado la viabilidad de suplantar las existencias humanas que son incompetentes por mejores cepas, y considerar si no sería nuestra tarea el intentar hacer tal cosa por medio de esfuerzos razonables, afanándonos por favorecer la finalidad de la evolución, para que ésta actúe más rápidamente y con menos zozobras que si se deja a los hechos seguir su propio curso”.

Otro de las factores que según Galton favorecían la degeneración, o por lo menos dificultaban una evolución hacia el progreso intelectual y moral, residía en que, según su opinión, las razas y clases menos aptas (las clases pobres) se reproducían mucho más que las intelectual y moralmente mejor dotadas (las clases altas). Aquí existía un punto de contacto con las preocupaciones de Malthus, ya que para Galton “en el momento presente las existencias exceden ampliamente la demanda: la tierra está abarrotada y sobrecargada de apáticos e incapaces”.
Pero había una diferencia de enfoque entre ambos. Malthus estaba preocupado por el aspecto cuantitativo de la cuestión poblacional. Para él, lo seres humanos muestran una tendencia innata a reproducirse y este impulso de reproducción actúa como motor para el crecimiento de las poblaciones, de tal forma que si no existieran frenos al crecimiento de la población, lo seres humanos se multiplicarían hasta alcanzar cifras incalculables. Es bien conocido el argumento maltusiano de que la población crece en progresión geométrica mientras los recursos alimenticios únicamente lo hacen en progresión aritmética, por lo que a la larga la población siempre desborda las existencias de alimentos, lo que inevitablemente detiene el crecimiento de la misma.
Esta concepción sobre el mecanismo de regulación natural del crecimiento demográfico influyó sobre Darwin cuando estaba gestando la idea de la selección natural como agente principal del cambio evolutivo.
El punto de vista poblacional e Galton era más cualitativo. Lo que le preocupaba no era tanto que la tasa reproductiva global fuera excesiva sino que las élites sociales se reprodujesen poco en comparación con las estirpes “inferiores”, lo que ocasionaba la degeneración progresiva de la población. Había que favorecer la reproducción de los primeros y dificultar o impedir la de los segundos.
A pesar de esta diferencia de enfoques, ambos estaban persuadidos de que los pobres debían desistir de traer hijos al mundo. Galton manifestará que “nadie podría hacer nada mejor por su país que tomar la determinación de vivir en celibato, cuando se tenga la convicción razonable de que la descendencia estaría peor adaptada que la mayoría para jugar su papel como ciudadano”. Malthus, por su parte, dirá que “si el hombre pobre se casa, lejos de cumplir un deber con la sociedad, la carga con un peso inútil haciéndose miserable; esto es obrar directamente contra la ley de Dios, y atraer voluntariamente sufrimientos y enfermedades”.
Uno de los problemas de la eugenesia, no solamente en tiempos de Galton sino también más recientemente, será determinar cuáles son las características que debe ser seleccionadas y cómo se seleccionan los buenos y los malos individuos que las poseen.
Sobre el primer aspecto, de qué características deben ser seleccionadas, galton habla de las facultades intelectuales, morales y físicas que, como hemos visto, consideraba que se manifestaban en los mismos individuos y que, en consecuencia, se transmitían juntas: “Puede fácilmente compilarse una considerable lista de cualidades que, prácticamente todas excepto las manías, pueden tomarse en cuenta al elegir a los mejores especimenes de cada clase. Se podrían incluir la salud, la energía, la habilidad, la hombría y la disposición cortés”. Pero será sobre todo la cualidad que denomina “energía” la que debe ser seleccionada:

“La energía es la capacidad para el trabajo […]. En cualquier esquema de eugenesia la energía es la cualidad más importante a favorecer; es, como hemos visto, la base de la acción vital y es eminentemente transmisible por herencia”.

Sobre el segundo aspecto, de cómo se seleccionan los individuos, para la realización del programa eugenésico, Galton confiará en la educación de la población para que los ciudadanos acepten de buen grado participar en el proyecto realizando los matrimonios considerados eugénicamente juiciosos: “si los matrimonios impropios desde el punto de vista eugénico fueran socialmente proscritos, o incluso considerados en el poco razonable disfavor con que son considerados los matrimonios entre primos, muy pocos se realizarían”.
Sin embargo, aunque se refiere sobre todo a la sanción moral como medida de presión, no descarta el uso directo de la represión, de ser necesario: “El torrente de la caridad es limitado, y para acelerar la evolución hacia una humanidad más perfecta, un requisito es que se distribuya para favorecer las razas mejor adaptadas. No he hablado de la represión del resto porque supongo que se sigue indirectamente de lo dicho”.
Como un árbol, la Eugénica saca sus materiales de muchas fuentes y los organiza en un “todo armónico”. Gráfico expresivo que encabeza el diploma otorgado por la II Exposición Internacional de Eugénica. Nueva York, 22 de septiembre al 22 de octubre 1921.

Esta represión podría ejercerse, por ejemplo, con los criminales, ya que “la perpetuación hereditaria de la clase criminal es una cuestión difícil de resolver […]. La comunidad debe tener la confianza suficiente como para poder rechazar a representantes de criminales y de otros a los que considere como indeseables”.
Un último aspecto que trataremos sobre la eugenesia es el status que Galton pretendía otorgarle. Él consideraba que la eugenesia era una ciencia, la ciencia de la mejora de la raza, y que debía alcanzar una enorme importancia nacional, hasta el punto de que “debe ser introducida en la conciencia nacional como una nueva religión […]. No veo ninguna imposibilidad en que la eugenesia se convierta en un dogma religioso de la humanidad”.
Puede parecer chocante que Galton consideraba la eugenesia como una ciencia y, al mismo tiempo, abogaba por su constitución como una nueva religión de la humanidad. Sin embargo, él consideraba que con el advenimiento de la teoría de la evolución las antiguas religiones, basadas en creencias supersticiosas, debían ser sustituidas por una nueva religión científica que no era otra que la eugenesia. Incluso llegó a realizar un estudio estadístico con el que demostró la falta de eficacia de las oraciones. En este estudio, que generó un verdadero escándalo, afirmaba:

“Los resultados de las investigaciones que he realizado sobre ciertas supuestas formas de nuestras relaciones con el mundo visible no han confirmado, hasta el momento, las doctrinas al uso. Uno de mis trabajos, sobre la eficacia objetiva de las oraciones, fue decididamente negativo […]. El resultado principal de estas investigaciones ha sido el de extraer el significado religioso de la doctrina de la evolución […] y nos impone un nuevo deber moral que consiste en el esfuerzo por favorecer la evolución, especialmente la de la raza humana”.

Reproduciré, para terminar este recorrido por el pensamiento de Galton, un párrafo de su primera obra que, aunque de forma totalmente idealizada, resulta enormemente ilustrativo de su concepción de la eugenesia:

“Permítasenos, pues, dar alas a nuestra fantasía e imaginar una Utopía (o una Laputa, si se quiere), en la cual se hubiera desarrollado un sistema de exámenes competitivos para chicas así como para jóvenes, hasta el punto de incluir toda cualidad importante de la mente y el cuerpo, y donde se destinara anualmente una suma considerable a los matrimonios comprometidos a producir niños que se convertirían en eminentes servidores del Estado. Podemos representarnos una ceremonia anual de tal Utopía o Laputa, en la cual el Señor Trustee del Endowment Fund se dirigiría a diez muy ruborizados jóvenes, todos de veinticinco años de edad, en los siguientes términos: “señores, debo anunciar los resultados del examen público conducido bajo los principios establecidos; demuestran que ocupáis los primeros lugares de vuestro año con respecto a las cualidades de talento, carácter y vigor corporal, de nuestra raza. Se ha realizado también un examen , en base a los principios establecidos, entre todas las jóvenes damas de este país que tienen ahora veintiún años, y no debería casi recordarles que este examen toma nota de la gracia, belleza, salud, buen carácter, habilidad doméstica consumada y libres inclinaciones, además de nobles cualidades de corazón y cerebro. Por medio de un cuidadoso examen de las notas que han obtenido ustedes individualmente, y comparándolas, siempre bajo los principios establecidos, con las obtenidas por las más distinguidas de entre las jóvenes damas, hemos podido seleccionar diez de sus nombres, con referencia especial a vuestras cualidades individuales. Nos parece que las bodas entre vosotros y estas diez jóvenes, según la lista que tengo en mi mano, ofrecería la posibilidad de una felicidad inusual para todos vosotros, y lo que es de primordial interés, para el Estado, ya que daría como resultado, muy probablemente, una progenie de gran talento. En estas circunstancias, si alguna o todas estas bodas se acuerdan, el propio Soberano, premiaría a las novias en una importante y solemne fiesta, de aquí a seis meses, en la Abadía de Westmisnter. Nosotros por nuestra parte estamos dispuestos a asignar en cada caso 5000 libras como presente de bodas, ya sufragar el coste del mantenimiento y educación de vuestros hijos a partir de los abundantes recursos puestos a nuestra disposición por el Estado”

Aunque parezca un relato más cercano a una fantasía literaria que aun programa de pretensiones científicas, esta exposición de deseos está muy próxima a la idea que Galton tenía de lo que debería ser la práctica eugenésica, idea que por otro lado no era originalmente suya sino que está inspirada en Platón, el cual también habló de la “institución de fiestas en las que uniremos a los jóvenes de uno y otro sexo, en las que celebraremos sacrificios y para las que encargaremos a nuestros poetas que compongan himnos apropiados destinados a la celebración de tales matrimonios”.
Como hemos visto a lo largo de este recorrido por el pensamiento de Galton, sus ideas se asentaban sobre la absoluta convicción de que las capacidades intelectuales y morales de los individuos eran rígidamente hereditarias, al igual que sus características físicas, entre las que había una fuerte correlación positiva. Se esforzó durante todas su vida en demostrar estas ideas que para él constituían una creencia apriorística.
Pensaba, además, que existían rasgos característicos fijos no sólo para los individuos sino también para las poblaciones, las razas, los sexos e, incluso, para categorías como los delincuentes o enfermos mentales. Estas características de grupo no podían ser modificables mediante selección, debido a la tendencia persistente de cualquier carácter a retomar a la media de la población, de forma tal que las manifestaciones alejadas de la media hacia arriba o hacia abajo tendían a desaparecer en la descendencia, en lo que llamó la ley de regresión a la media.
Muchas de estas ideas no resultaban excesivamente novedosas en la sociedad victoriana de mediados del siglo pasado. Sin embargo, Galton tuvo la originalidad de introducir el cálculo cuantitativo y de diseñar técnicas estadísticas para la medición de muchas de ellas. El aspecto más destacado de su pensamiento fue, sin duda, la elaboración de la doctrina eugenésica, que remedando el mecanismo de la selección artificial practicada por los criadores, sirviese para la mejora de la raza. El recurso a la selección artificial, que debía realizarse dentro de cada grupo, era mucho más que una simple analogía. Él consideraba que había que hacer exactamente lo mismo con las personas, y lo expresaba con la mayor rotundidad:

“Si la veinteava parte del coste y esfuerzo que se gasta en la mejora de la cría de caballos y ganado se empleara en la mejora de la raza humana, ¡qué galaxia de genios se podría crear! […] Hombres y mujeres de hoy son, en comparación con los que esperamos podríamos crear, lo que los perros parias de las calles de una ciudad del Este son para nuestras variedades de alta crianza”.

Su dedicación a la eugenesia tenía una vertiente social nada desdeñable. Estaba convencido de que debido a los efectos de la vida en las ciudades, la raza inglesa estaba degenerando a ojos vista. Creía que debido a esto, el Imperio Británico estaba comenzando su declive. La crisis económica de 1842 o las penalidades sufridas por los británicos durante la guerra de Crimen eran para galton síntomas inequívocos de esta decadencia provocada por la degeneración de la raza. Ése era el verdadero propósito de la eugenesia, “reunir tantas influencias como puedan ser razonablemente empleadas para hacer que las clases útiles de la comunidad contribuyan, más que lo que ahora corresponde por su proporción, a formar la siguiente generación […] estaríamos mejor adaptados para cumplir con nuestras vastas oportunidades imperiales”.

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