3.2. H.H. Goddard y la amenaza de los débiles mentales

Goddard, director de investigaciones de la Escuela Práctica de Vineland para muchachas y muchachos Débiles mentales, acuñó el termino morons (morones) para designar a los anormales profundos, inspirándose en una palabra griega que significa tonto. Fue uno de los primeros divulgadores de la escala de Binet en Norteamérica. Estaba de acuerdo con Binet en que donde mejor funcionaban los tests era en la detección de aquellos individuos situados justo por debajo del nivel normal, los deficientes mentales. Pero Goddard, a diferencia de Binet, estaba persuadido de que dichos tests proporcionaban la medida de una entidad independiente o innata. Se proponía detectar a esos individuos para reconocer sus limitaciones, segregarlos, y reducir sus posibilidades de reproducción, evitando así el ulterior deterioro de una estirpe norteamericana amenazada por la inmigración de fuera y por la prolífica reproducción de los débiles mentales de dentro. El terror estaba servido.
Test de inteligencia para inmigrantes en los EEUUPartiendo de los deficientes mentales, llegó a atribuir la mayor parte del comportamiento delictivo de los criminales a una deficiencia mental hereditaria. Aunque la estupidez de por sí no bastaba para explicar esa conducta, la combinación de la deficiencia mental con la inmoralidad sí proporcionaba una explicación satisfactoria.
La relación entre la moralidad y la inteligencia era uno de los temas preferidos de los eugenistas. Los hombres superiores ejercen, pues el mando cómoda y justificadamente.
H.H. Goddard, aplicó la prueba de inteligencia inventada por Alfred Bidet a los mismos americanos y a los que incluso aspiraban a serlo, concluyendo de esto que muchos de los que habían emigrado a América eran “imbéciles” y que cualquier persona que los observara por un momento podría advertirlo. Sus pruebas de C.I. eran subjetivas y dirigidas hacia la clase media o los valores culturales occidentales, por ello, para él la inteligencia era algo innato, el grado de nivel intelectual o mental de cada individuo estaba determinado por el tipo de cromosomas que se emparejan cuando se unen las células reproductoras.
H.H. Goddard, “descubrió”, al aplicar la prueba a inmigrantes, que 79% de los italianos, 83% de los judíos y 87% de los rusos examinados eran “débiles mentales”. Claro está que la prueba de CI estaba en inglés.

Test de inteligencia en el ejército estadounidense.

En la Primera Guerra mundial el test de inteligencia, usado sistemáticamente por los Aliados, sirvió para lograr que cientos de miles de jóvenes con un Q.I. bajo se convirtiesen pura y simplemente en carne de cañón."Pienso que esos tests valdrían lo que costó la guerra, incluso en vidas humanas, si permitiesen a nuestro pueblo hacerse una idea exacta de la inteligencia que encontramos en este país y los grados de inteligencia de las diferentes razas que nos llegan, de manera que nadie pueda calificar a otro de tener una parcialidad (…); por ello hemos aprendido que el negro no es como nosotros. En cuanto a las numerosas razas y sub-razas de Europa, hemos descubierto que algunas de ellas, de las cuales creíamos poseían una inteligencia superior quizás a la nuestra (entiéndase los judíos), eran por mucho inferiores". Henry Fairfield Osborn, administrador de la Columbia University y presidente del Museo de Historia Natural,
La identificación del deficiente mental

Goddard tratará de identificar al deficiente mental. La taxonomía siempre es una materia controvertida, porque el mundo nunca se nos presenta repartido en lindos paquetitos. A comienzos de nuestro siglo, la clasificación de la deficiencia mental suscitó un saludable debate. De un conjunto de tres categorías, dos obtuvieron una aceptación general: los idiotas eran incapaces de alcanzar un dominio pleno de la palabra, y tenían edades mentales inferiores a los tres años; los imbéciles no podían alcanzar un dominio pleno de la escritura, y sus edades mentales variaban entre los tres y los siete años. (Actualmente ambos términos están tan arraigados en el lenguaje injurioso que pocas personas reconocen el sentido técnico que les asignaba la vieja psicología). Tanto los idiotas como los imbéciles podían clasificarse y separarse de acuerdo con las exigencias de la mayoría de los profesionales, porque su enfermedad era lo bastante grave como para asegurar un diagnóstico de verdadera patología. No son personas iguales a nosotros. Pero consideremos el ámbito más nebuloso y amenazador de los “anormales profundos”, o sea, de las personas que podían aprender a desempeñar funciones en la sociedad, que constituían un puente entre la patología y la normalidad, y cuya existencia representaba una amenaza para el edificio taxonómico. Para referirse a estas personas, cuyas edades mentales variaban entre los ocho y los doce años, los franceses utilizaban el término débile (débil). Los norteamericanos y los ingleses solían hablar de feble-minded (débiles mentales), término tachado de incurable ambigüedad dado que otros psicólogos lo utilizaban como nombre genérico para referirse a todos los que sufrían de alguna deficiencia mental, y no sólo a aquellos que presentaban una anormalidad profunda.
Los taxonomistas suelen confundir la invención de un nombre con la solución de un problema. H.H.Goddard, el vigoroso y justiciero director de investigaciones de la Escuela Práctica de Vineland (Nueva Yersey) para Muchachas y Muchachos Débiles Mentales, cometió ese error fundamental. Acuñó un nombre para designar a los anormales “profundos”, una palabra que arraigaría en nuestro lenguaje a través de una serie de chistes que rivalizarían con los chistes toc-toc o chistes de elefantes de otras generaciones. Las metafóricas patillas de esas bromas son ya tan largas que la mayoría de las personas tendería probablemente a atribuir un linaje muy antiguo al término en cuestión. Sin embargo, Goddard lo inventó en nuestro siglo. Bautizó a aquellos individuos con el nombre de morons, morones, (idiotas) inspirándose en una palabra griega que significa “tonto”.
Goddard fue el primer divulgador de la escala de Bidet en Norteamérica. Tradujo al inglés los artículos de Bidet, aplicó sus tests y fue un decidido partidario de la utilización general de los mismos. Estaba de acuerdo con Bidet en que donde mejor funcionaban los tests era en la detección de aquellos individuos situados justo por debajo del nivel normal, los que él acababa de bautizar con el nombre de deficientes mentales. Pero aquí acaba la semejanza entre Bidet y Goddard. El primero se negó a hablar de “inteligencia” para referirse a lo que indicaban sus tests, y la finalidad de sus estudios era la de detectar a aquellos individuos que necesitaban ayuda. El segundo estaba persuadido de que dichos tests proporcionaban la medida de una entidad independiente e innata. Se proponía detectar a esos individuos para reconocer sus limitaciones, segregarlos y reducir las posibilidades de reproducción, evitando así el ulterior deterioro de una estirpe norteamericana amenazada por la inmigración de fuera y por la prolífica reproducción de los débiles mentales de dentro.

Una escala unilineal de inteligencia

El intento de establecer una clasificación unilineal de los deficientes mentales, una escala que abarque desde los idiotas a los débiles mentales pasando por los imbéciles, entraña dos falacias corrientes, cuya presencia constatamos en la mayoría de las teorías de determinismo biológico, que se analizan en este libro: la cosificación de la inteligencia, por la que esta última se convierte en una entidad independiente y medible; y el supuesto – ya prsente en las mediciones craneales de Morton y conservado hasta la graduación universal de Jensen para la inteligencia general – de que la evolución consiste en un progreso unilineal, y de que una única escala ascendente, tendida entre las formas más elementales y las más ricas, constituye la mejor representación posible de dichas variaciones ordenadas. El concepto de progreso es un prejuicio muy arraigado, de antiguo estirpe (Bury, 1920), y su influencia es tan poderosa como sutil, dado que se ejerce incluso sobre quienes estarían dispuestos a negarlo de forma explícita.
¿Esa plétora de causas y fenómenos englobados en el rótulo de deficiencia mental puede acaso ordenarse adecuadamente en una escala única, que entraña asignar a cada persona un puesto fijo al que corresponde determinada cantidad de una misma sustancia, según lo cual los deficientes mentales serían aquellos que tendrían menos cantidad de dicha sustancia? Veamos algunos de los fenómenos que se confundían en el valor numérico atribuido en el pasado a los deficientes profundos: cierto grado de atraso mental general, dificultades de aprendizaje específicas derivadas de lesiones neurológicas locales, desventajas ambientales, diferencias culturales y hostilidad a las personas encargadas de aplicar los tests. Veamos ahora algunas de las causas posibles: pautas funcionales heredadas, patologías genéticas accidentales (independientes de la herencia), lesiones cerebrales congénitas causadas por enfermedad de la madre durante el embarazo, traumas de nacimiento, alimentación deficiente del feto y el bebé, una serie de desventajas ambientales sufridas tanto al comienzo como durante el desarrollo de la vida. Sin embargo, para Goddard, todas las personas cuya edad mental variaba entre los ocho y los doce años eran deficientes mentales, y todas debían recibir más o menos el mismo trato: confinamiento en una institución o vigilancia rigurosa, cebarlos para tenerlos contentos, y, sobre todo, evitar su reproducción.
Es probable que Goddard haya sido el hereditarista más burdo de todos. Utilizó su escala unilineal de la deficiencia mental para medir la inteligencia como si se tratase de una entidad independiente, y supuso que todos los aspectos importantes de esta última eran de origen innato y pasaban por herencia de padres a hijos. En 1920 escribió la siguiente:

“Formulada en términos crudos, nuestra tesis consiste en afirmar que el principal factor determinante de la conducta humana es un proceso mental unitario que llamamos inteligencia; que ese proceso está condicionado por un mecanismo nervioso innato; que el grado de eficacia de dicho mecanismo nervioso y el consiguiente grado intelectual o mental que alcanza cada individuo dependen del tipo de cromosomas que aportan las células germinales; que salvo los accidentes graves que pueden destruir parte de dicho mecanismo, las influencias posteriores inciden en muy pequeña medida sobre la inteligencia”.

Goddard extendió la esfera de los efectos sociales imputables a las diferencias de inteligencia innata, hasta incluir prácticamente todos los aspectos interesantes del comportamiento humano. Partiendo de los deficientes mentales, y desplazándose en la escala, llegó a atribuir la mayor parte del comportamiento delictivo de los criminales a una deficiencia mental hereditaria. Aunque la estupidez de por sí no bastase para explicar esa conducta, la combinación de la deficiencia mental con la inmoralidad sí proporcionaba una explicación satisfactoria. La inteligencia superior no sólo nos permite sumar, sino también desarrollar el buen juicio que subyace en toda conducta moral.

“La inteligencia controla las emociones y las emociones están controladas según el grado de inteligencia que se tenga… Por tanto, cuando la inteligencia es pequeña, las emociones no están controladas, y, ya sean fuertes o débiles, se traducirán en actos desordenados, descontrolados y, como prueba de la experiencia, generalmente delictivos. De modo que, cuando medimos la inteligencia de un individuo y comprobamos que la misma se sitúa lo bastante por debajo de la norma como para incluirlo en el grupo de los que llamamos débiles mentales, conocemos el dato fundamental acerca de dicha persona”.

Muchos criminales, la mayoría de los alcohólicos y prostitutas, e incluso los holgazanes, que simplemente no “encajan”, son deficientes mentales: “Sabemos en qué consiste la debilidad mental, y hemos llegado a sospechar que todas aquellas personas que son incapaces de adaptarse a su ambiente y de ajustarse a las normas sociales o de comportarse con sensatez, padecen de debilidad mental”.
En el nivel siguiente, el de los que sólo son torpes, encontramos a las masas trabajadoras, que van haciendo lo que se les presenta. “Quienes realizan labores monótonas – escribe Goddard – ocupan, por lo general, el puesto que les corresponde”.

“También debemos aprender que hay grandes grupos de hombres, trabajadores, cuyo nivel es apenas superior al del niño, y es preciso decirles que tienen que hacer y mostrarles cómo tienen que hacerlo; (personas) a quienes, si queremos evitar desastres, no debemos confiarles puestos que requieran actuar según la propia iniciativa o el propio juicio… Sólo hay unos pocos líderes; la mayoría han de ser seguidores”.

En el extremo superior, los hombres inteligentes ejercen el mando cómoda y justificadamente. En un discurso que dirigió a un grupo de estudiantes de la Universidad de Princeton, Goddard dijo lo siguiente (1919):

“Ahora bien, el hecho es que los obreros tienen probablemente una inteligencia de 10 años mientras vosotros tenéis una de 20. Pedir para ellos un hogar como el que poseéis vosotros es tan absurdo como lo sería exigir una beca de posgrado para cada obrero. ¿Cómo pensar en la igualdad social si la capacidad mental presenta una variación tan amplia?”.

“La democracia significa que el pueblo gobierna seleccionando a los más sabios, los más inteligentes y los más humanos, para que éstos les digan qué deben hacer para ser felices. La democracia es, pues, un método para llegar a una aristocracia realmente benévola”.

La división de la escala en compartimientos mendelianos
Ahora bien, si la inteligencia forma una escala única y continua, ¿cómo resolvemos los problemas sociales que nos asedian? Porque, en un nivel, el bajo grado de inteligencia produce individuos sociópatas, mientras que, en el nivel siguiente, la sociedad industrial necesita trabajadores dóciles y torpes que la hagan funcionar y acepten bajas retribuciones. ¿Cómo distinguir entre estas dos categorías situadas en el mismo tramo de la escala continua, sin renunciar a la idea de que la inteligencia es una entidad aparte, heredada? Ahora podemos entender porqué Goddard dedicó tanta atención a los deficientes mentales. Estos últimos amenazan la salud racial porque ocupan un puesto muy elevado dentro del grupo de los indeseables, y si no se los identifica, pueden prosperar y propagarse. Todos reconocemos al idota y al imbécil, y sabemos lo que hay que hacer; la continuidad de la escala debe cortarse justo encima del nivel de los deficientes mentales.

“El idiota no constituye nuestro problema más grande. Sin duda, es repugnante… Con todo, vive su vida; está perdido. No engendra hijos como él, que comprometan el futuro de la raza… Nuestro gran problema es el tipo deficiente mental”.

En la época en que trabajó Goddard todo el mundo estaba entusiasmado por el redescubrimiento de la obra de Mendel y la posibilidad de descifrar las bases de la herencia. Ahora sabemos que prácticamente todos los rasgos importantes de nuestro cuerpo son producto de la interacción de muchos genes entre sí y con el ambiente externo. Pero en aquellas épocas iniciales muchos biólogos pensaron ingenuamente que todos los rasgos humanos se comportarían como el color, el tamaño o la rugosidad de los guisantes de Mendel: en pocas palabras, creían que incluso las partes más complejas de un cuerpo eran producto de un único gen, y que las variaciones en la anatomía o el comportamiento corresponderían a las formas dominantes o recesivas que presentase dicho gen. Los eugenistas se apropiaron con avidez de esa idea disparatada, porque les permitía afirmar que todos los rasgos indeseables podían derivarse de genes específicos, y ponían eliminarse imponiendo las adecuadas restricciones a la reproducción. Los primeros libros de eugenesia están plagados de especulaciones, y datos sobre linajes, laboriosamente compilados y amañados, sobre el gen del Wanderlust (afán de viajar), seguido a través de la ascendencia y descendencia de capitanes de barco, o el gen del temperamento, por el que algunos somos tranquilos y otros avasalladores. Aunque hoy esas ideas nos parezcan absurdas, no debemos olvidar que durante un corto período de tiempo representaron la genética ortodoxa, y tuvieron gran repercusión social en Norteamérica.
Goddard se unió a la causa, por un momento triunfante, formulando una hipótesis que, sin duda, representa el non plus ultra de la cosificación de la inteligencia. Intentó describir el linaje de los deficientes mentales internados en su escuela de Vineland, y llegó a la conclusión de que la “debilidad mental” estaba regida por las leyes mendelianas de la herencia. Por tanto, la deficiencia mental debía de ser algo delimitado, y dependiente de un gen que, sin dudad, era recesivo en la inteligencia normal. “La inteligencia normal parece ser un carácter dominante, que se transmite de un modo realmente mendeliano” (1919).
Goddard sostuvo que había llegado a esa sorprendente conclusión impulsado por los hechos, y no por algún tipo de expectativa o idea preconcebida.

“Las teorías o hipótesis que se han presentado son sólo aquellas que los datos mismos nos han sugerido, y su elaboración responde a un esfuerzo por comprender lo que parece estar implícito en dichos datos. Algunas de las conclusiones son tan sorprendentes y tan difíciles de aceptar para el autor como es probable que han de serlo para los lectores”.

¿Acaso podemos pensar seriamente que Goddard se vio obligado a aceptar a regañadientes una hipótesis que se ajustaba a las mil maravillas a su esquema y que resolvía con tanta elegancia su problema más acuciante? Si existía un gen específico para la inteligencia normal, entonces desaparecía la eventual contradicción entre una escala unilineal que presentaba la inteligencia como una entidad aparte y medible, y el deseo de detectar y aislar una categoría especial integrada por los deficientes mentales. Goddard había partido su escala en dos secciones justo en el punto correcto: los deficientes mentales tenían una dosis doble de genes malos, recesivos; los obreros torpes tenían al menos un ejemplar del gen normal, y por eso se les podía poner delante de una máquina. Además por fin podría eliminarse el flagelo de la debilidad mental planificando de forma muy sencilla la reproducción. Cuando se trata de un solo gen, es posible seguirle el rastro, localizarlo y eliminarlo de la especie. En cambio, si la inteligencia depende de un centenar de genes, el control eugenésico de la reproducción está condenado al fracaso o a la desesperanza.
Adecuada atención y alimentación (pero no reproducción) de los deficientes mentales. Si la deficiencia mental depende de un solo gen, entonces la vía para su eliminación final está al alcance de la mano: sólo se trata de impedir que esa clase de personas tengan hijos.

“Si ambos padres son débiles mentales, todos los hijos serán débiles mentales. Es evidente que habría que impedir este tipo de apareamientos. Está clarísimo que habría que impedir a toda persona débil mental contraer matrimonio o tener hijos. Sin dudad, para que esta regla se cumpla, ha de ser impuesta por la parte inteligente de la sociedad”.

Si los deficientes mentales pudiesen controlar sus impulsos sexuales y desistir de ese tipo de relaciones por el bien de la humanidad, podríamos permitirles que vivieran libremente entre nosotros. Pero son incapaces de hacerlo, porque la estupidez va unida necesariamente a la inmoralidad. El hombre sensato puede controlar su sexualidad de una manera racional: “Pensemos un momento en la emoción sexual: al parecer, el más incontrolable de los instintos humanos. Pues bien, es notorio que el hombre inteligente controla incluso esa emoción”. El deficiente mental, en cambio, no puede comportarse de una manera tan ejemplar y abstinente:

“No sólo son incapaces de controlarse, sino que a menudo también lo son de percibir las cualidades morales: para que no tengan hijos no basta con prohibirles que se casen. De modo que, si hemos de impedir que un débil mental tenga hijos, debemos hacer algo más que vedarles el matrimonio. Para lograr ese objetivo hay dos propuestas: una, la internación en colonias; otra, la esterilización”.

Goddard no se oponía a la esterilización, pero le parecía impracticable porque las susceptibilidades tradicionales de una sociedad aún no del todo racional impedirían semejante mutilación en gran escala. La solución preferida debía ser la de internar a esos individuos en instituciones ejemplares como la suya de Vineland, Nueva Jersey. Sólo en ellas podría impedirse eficazmente la reproducción de los deficientes mentales. Si el público se negara a aceptar los grandes gastos que requería la construcción de tantos nuevos centros de confinamiento, sólo era preciso mostrarle que el coste se recuperaría fácilmente con el ahorro que ese régimen posibilitaba:

“Si esas colonias se habilitan en número suficiente como para cobijar a todos los casos claros de debilidad mental que existen en la comunidad, reemplazarían a gran parte de las casas de beneficencia y cárceles que hoy funcionan, y reducirían sensiblemente la población de nuestras manicomios. Dichas colonias permitirían ahorrar cada año todas las pérdidas en bienes y en vidas que provocan esos individuos irresponsables, con lo que se compensaría casi todo, o todo, el gasto necesario para construir los nuevos edificios”.

En esas instituciones, los deficientes mentales podrían comportarse con arreglo a las posibilidades propias de su nivel biológico, salvo la consumación de la función biológica de la sexualidad. Al final de su libro sobre las causas de la deficiencia mental, Goddard insertó el siguiente ruego referido a la atención de los deficientes mentales internados en esas instituciones: “Tratadlos como niños, de acuerdo con sus edades mentales; alentadlos y elogiadlos siempre; nunca los desalentéis; no los riñáis jamás; y tenedlos contentos”.

Medidas para evitar la inmigración y propagación de los deficientes mentales

Una vez que Goddard hubo identificado la causa que provocaba la debilidad mental en un único gen, el remedio pareció bastante sencillo: prohibir la reproducción a los deficientes mentales de dentro, e impedir la entrada de los de fuera. Para contribuir a la segunda parte de esa terapéutica, Goddard y sus colaboradores visitaron en 1912 la isla de Ellis, “con el objeto de observar las condiciones (en que se realizaba el control de los inmigrantes) y ofrecer sugerencias para la mejor detección de los deficientes mentales”. Según la descripción que hace Goddard, aquel día el puerto de Nueva York estaba sumido en la bruma, y ningún inmigrante podía desembarcar. Pero un centenar de ellos estaban a punto de salir del control cuando él intervino: Escogimos un joven que nos pareció deficiente, y, con la ayuda del intérprete, lo sometimos al test. Obtuvo un resultado de 8 en la escala de Bidet. El intérprete comentó: “Yo no hubiese podido pasarlo cuando llegué a este país”, y al parecer pensó que el test era injusto. Le convencimos de que aquel muchacho era un deficiente mental”.
Alentado por esa experiencia – una de las primeras veces en que la escala de Bidet se aplicaba en Norteamérica –, Goddard recogió algunos fondos para realizar un estudio más cuidadoso, y, en la primavera de 1913, envió dos mujeres a la isla de Ellis para trabajar dos meses y medio. Tenían instrucciones de escoger a los débiles mentales a simple vista, tarea que Goddard prefería encomendar a mujeres, a quienes atribuía una intuición innatamente superior:

“Cuando una persona ha tenido mucha experiencia en este trabajo, adquiere como una sensibilidad para la debilidad mental, que le permite reconocerla de lejos. Quienes mejor realizan este trabajo son las mujeres, y creo que a ellas debería ser encomendado. Las mujeres tienen al parecer una capacidad de observación más fina que la de los hombres. Para los demás resultaba del todo imposible comprender cómo esas dos jóvenes podían escoger al débil mental sin necesidad alguna de recurrir al test de Binet”.

Las mujeres de Goddard sometieron al test a treinta y cinco judíos, veintidós húngaros, cincuenta italianos y cuarenta y cinco rusos. Esos grupos no constituían muestras aleatorias porque los funcionarios gubernamentales ya habían “excluido a los individuos que consideraban deficientes”. Para compensar esa distorsión, Goddard y sus colaboradores “dejaron de lado a los sujetos cuya normalidad era evidente. Así, nos quedamos con la gran masa de “inmigrantes medios””. (No dejó de asombrarse por la formulación inconsciente de prejuicios que se deslizan en el curso de unas exposiciones supuestamente objetivas. En este caso se afirma que los inmigrantes medios están por debajo de la normalidad, o al menos no manifiestan una normalidad evidente: pero esta era la proposición que supuestamente Goddard estaba verificando no afirmando a priori).
La aplicación de los tests de Bidet a esos cuatro grupos produjo resultados sorprendentes: un 83 por 100 de los judíos, un 80 por 100 de los húngaros, un 79 por 100 de los italianos y un 87 por 100 de los rusos eran débiles mentales, o sea, que tenían edades mentales inferiores a los doce años en la escala de Bidet. El propio Goddard se quedó de piedra: ¿quién se creería que las cuatro quintas partes de alguna nación podían estar integradas por deficientes mentales? “Los resultados obtenidos por la precedente estimación de los datos son tan sorprendentes y difíciles de aceptar que por sí solos no pueden justificar su validez”. Quizá los intérpretes no habían explicado adecuadamente los tests. Sin embargo, el psicólogo que examinó a los judíos hablaba yiddish, y sus resultados no eran superiores a los del resto de los grupos. Al final, Goddard metió mano en los tests, excluyó varios, y los porcentajes se redujeron entre un 40 y un 50 por 100; pero aun así estaba desconcertado.
Los porcentajes de Goddard eran todavía más absurdos de lo que él imaginaba; por dos razones: una obvia; la otra, no tanto. En cuanto a esta última, digamos que la escala de Bidet, en la original traducción de Goddard, era muy severa con las personas que medía, y consideraba deficientes mentales a sujetos que comúnmente pasaban por normales. Cuando en 1916 Terman ideó la escala Stanford-Binet, descubrió que la versión de Goddard asignaba valores mucho más bajos que la suya. Terman señala que de 104 adultos a quienes sus tests asignaban edades mentales que variaban entre los doce y los catorce años (una inteligencia baja, pero normal), el 50 por 100 eran deficientes mentales de acuerdo con la escala de Goddard.
En cuanto a la razón evidente, pensemos en un grupo de hombres y mujeres asustados, que no hablan inglés y que han tenido que soportar un viaje a través del océano en tercera clase. La mayoría son pobres y nunca han ido a la escuela; muchos de ellos nunca han tenido un lápiz o una pluma en su mano. Salen del barco; poco después una de las intuitivas mujeres Goddard los aparta del grupo, los sienta, les alcanza un lápiz y les pide que reproduzcan en el papel una figura que acaba de mostrarles, pero que ya ha quitado de su vista. ¿Su fracaso no se explica más por las condiciones en que han pasado los tests por su estado de debilidad, su miedo o su confusión, que por una estupidez innata? Goddard consideró esta posibilidad, pero la rechazó:

“La pregunta siguiente es “dibujar algo de memoria”, que sólo un 50 por 100 aprobó. El no iniciado pensará que esto no tiene nada de sorprendente, porque parece difícil; e incluso quienes saben que los niños normales de 10 años la aprueban sin dificultades pueden aducir que para personas que nunca habían cogido una pluma o un lápiz, como era el caso de muchos de los inmigrantes, podía resultar imposible trazar el dibujo”.

Aunque se admitía una consideración benevolente de ese fracaso, ¿cómo explicar, en cambio, sino por la estupidez de los sujetos, su incapacidad para formular más de sesenta palabras, o sea algunas palabras, de su propia lengua en tres minutos?

“¿Qué diremos del hecho de que sólo un 45 por 100 sea capaz de emitir 60 palabras en tres minutos, cuando los niños normales de 11 años a veces emiten 200 palabras en ese tiempo? Es difícil encontrar otra explicación que no sea la falta de inteligencia o la falta de vocabulario, y en un adulto esa falta de vocabulario significa probablemente una falta de inteligencia. ¿Cómo puede una persona vivir aunque sólo sea 15 años en un ambiente dado sin aprender cientos de nombres, de los que sin dudad podrá recordar 60 en tres minutos?”.

¿Cómo, sino por estupidez, puede alguien ignorar qué día es, o incluso el mes o el año en que está?

“¿Debemos concluir también que el campesino europeo del tipo que emigra a Norteamérica no presta atención al paso del tiempo? ¿Debemos concluir que la monotonía de su vida es tan profunda que no le importa que sea junio o julio, el año 1912 o el 1916? ¿Es posible que, pese a tratarse de una persona muy inteligente, la peculiaridad de su ambiente le haya impedido adquirir una información tan común, aunque el uso del calendario no esté muy difundido en Europa continental, o éste sea un poco complicado, como en Rusia? En tal caso, ¡Cómo debe de haber sido ese ambiente!”.

Puesto que el ambiente, tanto el europeo como el inmediato, no podía explicar un fracaso tan lamentable Goddard afirmó lo siguiente: “Debemos concluir necesariamente que esos inmigrantes tenían una inteligencia de un nivel bajísimo”. La elevada proporción de deficientes mentales todavía le preocupaba, pero acabó atribuyéndola al carácter cambiante de la inmigración inicial… Ahora nos llega lo peor de cada raza”. “La inteligencia del inmigrante medio de “tercera clase” es baja, quizá del nivel del deficiente mental”. Quizás – así lo esperaba explícitamente Goddard – las cosas fuesen mejores en las cubiertas de arriba; sin embargo, a esos clientes más ricos no les pasó los tests.
¿Qué debía hacerse, entonces, con todos aquellos deficientes mentales? ¿Enviarlos de nuevo a sus lugares de origen? ¿Impedirles que se embarcaran hacia Norteamérica? Anticipando las restricciones que la ley impondría una década después, Goddard sostuvo que sus conclusiones “proporcionaban importantes consideraciones con vistas a decisiones futuras, tanto científicas como sociales y legislativas”. Pero para entonces Goddard ya había moderado su primitiva posición acerca del internamiento de los deficientes mentales. Quizá no había suficientes obreros torpes para desempeñar la gran cantidad de tareas francamente no apetecibles que ofrecía la sociedad. Para ellas podían reclutarse los deficientes mentales: “Realizan muchos trabajos que los demás no están dispuestos a hacer… Hay muchísimas tareas monótonas que realizar, muchísimos trabajos por los que no estamos dispuestos a pagar las retribuciones que perciben los obreros más inteligentes… Quizás el deficiente tenga una función que desempeñar”.
Sin embargo, Goddard veía con buenos ojos la limitación general de los criterios de admisión. Señala que las deportaciones por deficiencia mental aumentaron un 350 por 100 en 1913 y un 570 por 100 en 1914, respecto del promedio de los cinco años precedentes:

“Eso se debió a los incasables esfuerzos de los médicos que creían que los tests mentales podían utilizarse para detectar la debilidad mental de los extranjeros… Si el público norteamericano desea que los extranjeros débiles mentales sean excluidos, debe pedir que el Congreso proporcione los medios necesarios en los puertos de entrada”.

Entretanto, los débiles mentales nativos deben ser detectados y su reproducción debe impedirse. En una serie de estudios, Goddard expuso el peligro de la deficiencia mental dando publicidad al linaje de centenares de almas inútiles, que eran una carga para el Estado y la comunidad, y no habrían nacido si sus antepasados débiles mentales hubiesen tenido vedada la reproducción. En una zona improductiva de pinares situada en Nueva Jersey, descubrió una estirpe de indigentes y holgazanes, cuyo origen, según él, se remontaba a la unión ilícita de un hombre decente con una criada de taberna supuestamente débil mental. El mismo individuo se había casado más tarde con una respetable cuáquera, y había fundado una estirpe cuyos miembros fueron todos ciudadanos honestos. Puesto que el progenitor había engendrado una estirpe buena y otra mala, Goddard combinó las palabras griegos que significaban bello (Kallos) y malos (kakis) y le adjudicó el pseudónimo Martin Kallikak, Durante varias décadas, la familia Kallikak de Goddard desempeñó la función de mito fundamental para el movimiento eugenésico.
El estudio de Goddard tiene un carácter apenas conjetural y se apoya en unas conclusiones determinadas de antemano. Como de costumbre, su método se basaba en el adiestramiento de mujeres intuitivas para que pudieran reconocer los débiles mentales a simple vista. En las cabañas de aquel páramo de Nueva Jersey, no aplicó los tests de Bidet, porque su confianza en el reconocimiento visual era prácticamente ilimitada. En 1919 analizó un poema de Edwin Markahm titulado “El hombre de la azada”.

Encorvado bajo el peso de los siglos se inclina
sobre la azada y contempla la tierra,
en su rostro el vacío de los tiempos
y en su espalda la carga del mundo…


El poema de Markham estaba inspirado en el famoso cuadro de Mollet del mismo título. Goddard se quejó (1919) de que el poema entrañase, al parecer, “que el hombre pintado por Mollet se encontraba en esa condición como resultado de unas condiciones sociales que lo tenían sojuzgado y lo convertían en un terrón como los que removía (con su azada)”. ¡Absurdo!, exclamó Goddard: la mayoría de los campesinos pobres sólo eran víctimas de su propia debilidad mental, como lo probaba el cuadro de Mollet. ¿Cómo Markham no había visto que aquel campesino era un deficiente mental? “El hombre de la azada”, de Mollet, es un hombre cuyo desarrollo mental se encuentra detenido: el cuadro es un retrato perfecto de un imbécil”. A la pregunta candente de Markham: “¿De quién fue el soplido que extinguió la luz de este cerebro?”, Goddard replicó que aquel fuego mental nunca se había encendido.
Puesto que era capaz de determinar el grado de deficiencia mental basándose en el examen de un cuadro, Goddard no debía de prever dificultad alguna en el caso de sujetos de carne y hueso. Envió a la temible miss Kite – que pronto se encargaría de otras misiones en la isla de Ellis – a los mencionados pinares, y no tardó en establecer el triste linaje de los kakis. Goddard describe así una de las detecciones realizadas por miss Kite:

“Pese a estar muy habituada al espectáculo de la miseria y la degeneración, no podía esperarse lo que vio allí. El padre, un hombre fuerte, saludable, ancho de espaldas, estaba sentado en un rincón como un desvalido… Tres niños, apenas vestidos y con unos zapatos que no parecían del mismo par, remoloneaban con la boca abierta y la mirada inconfundible del débil mental… Toda la familia era una prueba viviente de lo inútil que es intentar convertir en ciudadanos honestos a miembros de estirpes deficientes mediante la elaboración e implantación de leyes de educación obligatoria… El propio padre, pese a ser fuerte y vigoroso, mostraba por su cara que sólo tenía mentalidad de un niño. La madre, mugrienta y cubierta de harapos, era también una niña. En aquella casa sumida en tan abyecta pobreza sólo algo era absolutamente previsible: que de ella saldrían más niños débiles mentales, y que éstos serían otras tantas trabas en las ruedas del progreso humano”.

Si estas detecciones inmediatas pareciesen un poco apresuradas o dudosas, véase el método empleado por Goddard para deducir el estado mental de las personas difuntas o por alguna otra razón inasequibles:

“Al cabo de cierta experiencia, el que trabaja en el terreno puede inferir sin dificultad la condición de aquellas personas que no son visibles, basándose en la semejanza entre el lenguaje usado para describirlas y el empleado para describir a las personas que sí ha podido ver”.

Quizá no importe demasiado en medio de tanto disparate, pero he de mencionar un detalle que descubrí, porque allí la trampa ya es más deliberada. Mi colega Steven Selden y yo estábamos examinando su ejemplar del libro de Goddard sobre la familia Kallikak. En el frontispicio puede verse la imagen de un miembro de la estirpe de los kakis, salvado de la depravación mediante el confinamiento en la institución de Goddard en Vineland. Deborah, como la llama este último, es una bella mujer. Está sentada en calma; viste de blanco, y lee un libro con un gato cómodamente instalado en su regazo. En otras tres láminas aparecen diferentes miembros de la estirpe de los kakis, tal como vivían en la pobreza de sus rústicas cabañas. Todos presentaban un aspecto depravado. Las bocas tienen un aire siniestro; los ojos son como hendiduras sombrías. Pero sucede que los libros de Goddard datan de hace casi setenta años y la tinta se ha decolorado. Ahora puede verse bien que todas las fotografías de kakis no internados en la institución fueron alteradas mediante el añadido de trazos muy oscuros que conferían a ojos y bocas aquella apariencia siniestra. Las tres láminas de Deborah, en cambio, no están retocadas.
Selden llevó su ejemplar al Servicio Fotográfico de la Institución Smithsoniana, cuyo director, míster James H. Wallace, Jr. Emitió el siguiente informe (carta a Selden, 17 de marzo de 1980):

“Es indudable que las fotografías de los miembros de la familia Kallikak han sido retocadas. Además, se ve que dicho retoque se limitó a los rasgos faciales de los individuos fotografiados, concretamente los ojos, las cejas, la boca, la nariz y el cabello.
Según las normas actuales, se trata de un retoque muy burdo y evidente. Sin embargo, hay que recordar que en la época de la primera publicación del libro, nuestra sociedad era muchísimo menos refinada en materia de medios visuales. El uso de las fotografías estaba poco difundido, y quienes eventualmente las miraban no tenían ni siquiera el grado de habilidad que hoy los niños alcanzan antes de la adolescencia…
La dureza (de los trazos) confiere, sin dudad, un aspecto sombrío y chocante a las fisonomías, algo que unas veces da la impresión de ser maldad, y otras atraso mental. Resulta difícil explicar la presencia de estos retoques como no sea por un deseo de provocar en quienes contemplasen las fotografías una falsa impresión sobre las características de las personas que en ellas aparecen. En este sentido, creo que el hecho de que sólo esas partes de las fotografías, o de los individuos, hayan sido retocadas, también es significativo…
Estimo que estas fotografías constituyen un tipo muy interesante de falsificación fotográfica”.

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